La moribunda
De mí se han dicho cosas muy lindas, maravillosas. De mis hijos no, todo lo contrario. Los hijos de otras madres nunca aceptaron a los míos. Ellos dicen que es por envidia. Los otros afirman que tal respuesta confirma una soberbia sin límites. No sé quién tiene la razón. Lo que creo, y me duele admitirlo, es que si mis hijos no son queridos en la exogamia, si son mirados con desconfianza, es por todo lo que me hicieron a mí, su propia madre. Nunca me cuidaron, me maltrataron, me vejaron, me robaron, me prostituyeron sin consultarme, se endeudaron en mi nombre y ahora soy yo la que debe pagar por sus tropelías.
Mi mirada está triste, cansada y abatida, pero aun puedo ver cielos claros, enormes mares, torrentosos ríos, pintorescas y variadas montañas y tupidos bosques. Sé de calores abrumadores, fríos inclementes y la calma tibieza de lo templado.
En mis tiempos de riqueza viví en la opulencia. Mis capataces, los que trabajaban para mí, contrataban artistas extranjeros para que me dejaran sus producciones. Escultores, arquitectos e ingenieros principalmente, construyeron obras de gran belleza, aunque quizás sin un estilo definido, demasiado ecléctico dicen algunos.
Debo decir que he sido muy generosa, sobre todo con mis visitantes. Dormía con las puertas abiertas, no hacía preguntas incómodas, era muy flexible. Varios miles de personas acudieron a mí, buscando desde cobijo hasta un plato de comida. Casi todos al verme, lograban paz y tranquilidad y quedaban extasiados con mi rústica belleza de antaño.
Nunca supe decir que no. Gustosa recibía a todos los que quisieran venir a mí. El rumor circuló velozmente y empezó a llegar gente de todos los rincones del mundo. La mayor parte de ellos, hoy son parte de mi familia, los adopté como hijos propios, como también a los hijos de sus hijos, y a los hijos de éstos también.
Como no discriminaba, entraron personas de todas las clases, lindos y feos, cultos e incultos, decentes y delincuentes. Pero lo que pocas veces he admitido, es que la amplia mayoría, era gente que no tenía un lugar en su lugar de origen, que vivía mal; eran los marginales.
Por aquellos tiempos, los de mi esplendor, los que venían a mi terruño eran de algún modo variados, pero se destacaban gente de tez clara. Hace largo rato que dejaron de venir. Desde que entré en la fase terminal de mi enfermedad, hasta mis hijos me abandonan.
Estoy en un lugar alejado, medio perdido en el mundo, lejos de la real civilización, pero siempre miré a Europa. Tal vez mi gran error fue saberme sudamericana( ¡qué feo que me suena!) pero pretenderme europea, y además habérmelo creído. Quizás mis hijos se reflejaron en esa postura mía y sin darme cuenta les transmití mis más íntimas frustraciones.
Mi nombre es poético. Sí que lo es. No está muy claro quién me lo puso, quién lo eligió para mí. Sólo conozco una versión: mis nominantes anhelaban, deseaban para mí un futuro de riqueza. Esperaban que resultara una fértil e inagotable madre de valiosos hijos, adornada con suntuosas joyas.
Quizás por eso desde el mismo instante en que me llamaron por mi nombre, todo el mundo creyó que era millonaria o que cómodamente podría serlo. Es cierto que durante un breve período fui rica. Pero me confundí las metas. Creí que por haber llegado al podio estaba todo hecho. No supe ni pude mantenerme. Es muy poco probable que en un futuro pueda recobrar mi fugaz grandeza. Hasta está lejano alcanzar el enorme potencial que se me auguraba. Además, mi salud está tan frágil que no sería osado afirmar que ya no tengo futuro.
Desde el momento en que Don Juan Díaz entró sin golpear a mis puertas, paradójicamente en un mismo acto fue el primero en violarme y al mismo tiempo me dio vida. En realidad cambió mi vida para siempre. Incontables años después de aquella vejación, hoy estoy grave, muy grave. Me han sacado las entrañas y no sé adónde voy. Tal vez los médicos no me dejan morir del todo para exprimirme un poco más. Lo que sé es que así no puedo seguir más...mis hijos...me duele por ellos. Por lo que me hicieron a mí, y lo que se hicieron entre ellos.
Hubo tiempos en que mis tierras se poblaron de fábricas activas, humeantes de producción. Que diferentes son los aires que hoy respiramos, de un humo de destrucción, de un veneno mortífero, es un humo ruinoso y apocalíptico de un país devastado, arruinado, vencido y sin futuro.
Los que creen en Dios dicen que los que me hicieron esto, los que me destrozaron la vida, los que me dejaron moribunda y abandonada, serán juzgados, que en la otra vida pagarán por sus salvajadas.
Lo que más me indigna, es que cuando se hace un intento de juzgarlos con la Justicia de los hombres, invariablemente quedan absueltos, apelando a una frase tan verdadera como desimplicada, lo que la convierte en un mazazo en la cabeza.
Ellos dicen: -¿Yo?...argentino.
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