El padrecimiento
La Pared comenzaba a caer. Pedro estaba perplejo, titubeante, con temor.
Era una Pared enorme, muy sólida, sin fisuras, robusta y maciza, que le generaba numerosos y variados sentimientos, sensaciones y emociones.
Por un lado la Pared marcaba límites, prohibía pasar del otro lado pero lo habilitaba para moverse más acá. Pasar más allá, jamás se le había ocurrido.
Lo limitaba aunque él no se lo cuestionaba. Sentía su protección; su sola presencia hacía que se sintiera seguro. Ahora, a la distancia temporal y física, puede reconocer que fue su muro de Berlín, y como tal terminó: en escombros, en piedras. Era tan imponente para él que a su lado se sentía protegido pero insignificante.
En arquitectura, una Pared tiene muchas connotaciones. Conceptualmente es una construcción que se realiza para cerrar, delimitar un espacio, y articulada con otras partes de la estructura, sostener el techo. Hay algunas variantes: bajas, altas, finas, gruesas, tabiques, muros, paredes portantes, paredones, paredcitas, pseudoparedes. Las paredes deben apoyarse sobre bases, cimientos, sobre una estructuras que hace de soporte a cada parte. Los cimientos están enterrados, bajo tierra ( ¡ como los muertos! ), y la superficie en la cual se apoya una Pared es el encadenado.
Una vez erigida la pared, son necesarios una serie de trabajos para su terminación. Tiempos de revoque, de enlucido y fortalecimiento, de aislamiento hidrófugo, térmico y acústico. Esta última se hace para tratar de impedir que se escuchen los sonidos desagradables.
A medida que el tiempo pasaba, y pasaban cosas en su vida, Pedro veía con pesar que la Pared comenzaba a descascararse. Los revoques se agrietaba, la solidez se veía amenazada, y él, se angustiaba. Sentía ganas de asomarse del otro lado, pero al subir la escalera no se animaba a mirar. La posibilidad de transgredir lo establecido le resultaba ambigua: quería hacerlo pero temía. Por eso, subía de a poco unas hiladas de ladrillos para no transgredir cuando se tentara. Aumentaba sus dimensiones, reparaba los revoques, pintaba la fachada, le hacía ornamentos, decorándolos cada vez más.
La Pared que en principio era un muro, se empezaba a multiplicar. Se convertía en un laberinto de paredes, sin salida, y además empezaba a techarse; el techo cada vez más bajo, una puerta cerrada, con una pequeña ventana ciega, con un frío abrumador. Era un clima asfixiante. Fue tanto el trabajo que puso en esa Pared que ya no recuerda cómo era en su origen.
Una cosa es delimitar y otra diferente es limitar.
Era una Pared que se construyó para impedir el dolor, para impedir la angustia, para impedir el sufrimiento: una Pared para impedir.
Cuando en sueños Pedro se encontraba con una Pared ruinosa que empezaba a caer, lo invadía la desolación. Se preguntaba:
-“¿ Qué sería de mí sin la Pared?”
Soledad y desamparo veía en el horizonte. Curiosamente no se daba cuenta de que sin la Pared podría ver el horizonte, y aunque nunca se lo alcanza, la visión es mucho más amplia.
Una Pared tan sobredimensionada y adornada hasta el exceso, cobra apariencia de monumento, de efigie, de un bastión conmemorativo que sólo permite, parafraseando a Serrat, disfrutar de “las sombras que en las tardes da una Pared”. Soñaba con vagabundear pero aunque mucho se quejaba, es claro que aún no estaba harto. La Pared que paciente y esmeradamente construyó, daba sombras, y bajo sus sombras él se ocultaba.
Fue necesario que la Pared estuviera allí, fundamental, básica y estructural. No era necesario fortificarla, aunque él creía que si...él creía....tiempos de creer en la Pared, de creer en el Padre, de creer en Dios. Sin darse cuenta, así empezaba a armar su particular religión.
De este lado de la Pared hay un destino presignado, sin variantes, relativamente seguro pero monótono, que reduce las posibilidades pero que generalmente resulta más cómodo.
Del otro lado de la Pared hay un destino que no lo designa Dios, no hay Dios, es él, Pedro, el sujeto en cuestión, quien debe responsabilizarse por su destino; y de eso él nada quiso saber, y muy poco supo hasta que supo de la nada.
El todo y el infinito se daban la mano con la nada. Nada más parecido al infinito que la muerte. El mero hecho de pensarlo le helaba la sangre, lo detenía y lo retenía. Tenía las herramientas y los medios pero no la decisión. Faltaba un paso, sólo un paso, pero no podía darlo.
“_Temo por que deseo”, decía, y el temor era más fuerte que el deseo.
Temía su deseo y temía a la Pared, a la que convirtió en su tótem y tabú. Tabú por peligroso, sagrado, prohibido, impuro; conceptos opuestos y superpuestos. Tótem, en el sentido de un animal comestible, también peligroso y temido que se hallaba en una particular relación con él. Es un antepasado. Su propio origen remite a él.
La incorporación, ( meter en su cuerpo), de una piedra, restos de una pared caída, tuvo valor de comunión. Fue como comulgar con una hostia pesada.
Estaba coagulado en el cimiento de la Pared, en el pared-cimiento, entre el parecimiento y el padrecimiento estaba encadenado: a él, el Padre, se parecía, y a él, el Padre, padecía, y no quería darse cuenta que en ese acto, él, Pedro, el sujeto, perecía.
La vida se la hacía difícil, casi insoportable. Lo que cuesta vale, había escuchado, y de eso hizo una religión. Aunque no se lo dijera sabía que su Padre se sentiría orgulloso por su particular forma de enfrentarse a la adversidad. En esa postura se sentía valiente, realizando un acto heroico y no se daba cuenta que él mismo era el creador de sus adversidades. Suponía que amar al Padre ante todo, era un acto de coraje. Y lo confesaba sin pruritos:
“_En estos momentos de flaquezas, me encuentro con mi temor al su(i)cidio; su muerte, su asesinato( por mí), sería un suicidio, para mí. Junto a la muerte del Padre, yo moriría. Por eso yo estuve en el lugar del Salvador, que daba la vida por el Padre”.
Quedaron piedras por todas partes. Las piedras son los restos de una pared caída. Hace rato que cayó y él negaba que hubiese caído. Como buen neurótico se tropezó vez a vez con distintas piedras. Al principio del final pudo pasarles por el costado, pudo ver las piedras antes de tropezar. Luego pudo removerlas; aún le queda valerse de esas piedras, restos de una Pared caída que él solidificó, sobredimensionó y tuvo que soportar como los cimientos. Él fue sus cimientos, fue el padrecimiento, el padecimiento de ser el cimiento del padre. No fue sin dolor. Hubo angustias y dudas. Si hay piedras, es que la Pared ya no es tal, él la deconstruyó. Piedras que le corresponden, que le pertenecen y que cuando sea necesario, podrá contar con ellas. Ahora le resta levantar la vista, mirar para adelante y sacar la mirada de las piedras en el piso, pues igual con la mirada al frente se ve el piso pero también el cielo, que ahora está despejado, de nubes fantasmagóricas y de Dios.
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