BOCA JUNIORS, la novela de una historia. -INTRODUCCION-
Por Roberto Tribastone
En 1905, mis abuelos eran bebés y mis abuelas no habían nacido. Tiempos donde la miseria era figurita repetida.
En ese año, un grupito de adolescentes del barrio de la Boca, decidieron, como muchos por esos tiempos, fundar un club de fútbol. Que “Los hijos de la Boca”, que “Los hijos de Italia”, hasta que se impuso Boca Juniors. Y vaya que se impuso.
Cuando los españoles colonizadores y sus descendientes directos eran mayoría por estos lares, los barrios de San Telmo, Monserrat, la Boca, Barracas, y el centro de la actual Buenos Aires, eran el centro de la aldea. Muchas calles y plazas que hoy transitamos, eran las playas de mil ochocientos.
La Boca es un barrio de los muchos,(que no son cien como dice el tango) que hay en la ciudad de Buenos Aires. Para que se ubiquen mejor, está situado en el sudeste de la ciudad. Si en este extraño país, el sur fue históricamente segregado, el sudeste es el peor punto cardinal. Allí están las tierras más bajas; desde allí vienen los vientos más feroces. El río está al este, y el refrán dice : “viento del sudeste, lluvia como peste”. Y la peste vino, literalmente. La fiebre amarilla azotó a Buenos Aires y las familias tradicionales, pudientes, dejaron esos barrios poblados para irse a las “afueras”: Flores, Belgrano y otros descampados.
Si bien la Boca está geográficamente muy cerca del centro cívico de la ciudad, es y fue un barrio periférico, con calles de adoquinados desparejos, improvisadas veredas que suben y bajan tratando de frenar las frecuentes inundaciones, con un riacho negro y sucio como límite hacia el sur, al que llaman Riachuelo. Ya desde el nombre mismo, es doblemente despectivo.
Las construcciones, las viviendas típicas de la Boca, no se destacan por su belleza ni su comodidad. Se entra por pasillos interminables y laberínticos, que rematan en numerosas piecitas, con un patio central poblado de sus infaltables piletones, y algún baño ( si así se los puede llamar), que se llaman conventillos. Me faltó decir que son de chapa, y están pintadas del primer color que se encontró por ahí. Barrio colorido el de la Boca. Me animaría a decir que si algún color no es visto dentro de su perímetro, es que aun no se inventó. Pero hay colores que predominan: el gris del cemento, el óxido de las chapas olvidadas, y el azul y amarillo de la pasión.
El actual puerto de la ciudad, se extiende por varios barrios, incluso pasa los límites de la ciudad, Dock Sud lo sabe. Sin embargo creo que la Boca es el barrio más porteño de todos. El puerto ya no está en la Boca, pero la Boca es eminentemente porteña, portuaria. De hecho, el azul y amarillo de Boca Juniors, se deben a que los fundadores habían decidido que el primer barco que entrara al puerto le daría los colores al nuevo club.
El nombre del barrio, es una obviedad, pero como muchas obviedades, suelen pasar desapercibidas para el oyente desprevenido. En un extremo del barrio, desemboca ese riacho oscuro y serpenteante en el Río color de león. ¡ Es la boca del Riachuelo!. Es su desemBOCAdura en el Río de la Plata. Un Riachuelo que transporta restos y desperdicios, que a veces cuesta creer que su contenido sea líquido, que se funde con un río ancho como un mar, con nombre de Plata, de dinero y de metal precioso, brillante.
¡Cuantas paradojas que encierra la Boca!.
2.Los hijos de italia. Los hijos de la boca. Los hijos de boca.
Donde otrora residieran italianos y españoles, polacos y franceses, hoy habitan bolivianos y paraguayos, correntinos y jujeños. Donde hoy suenan cumbias, chamamés y música cuartetera, abundaron milongas y tarantelas, tangos y pasodobles. Algunos, en el 2000, dirán “esa música de negros cabezas”; a los principios del 1900 eran sonidos arrabaleros de gringos brutos y de los hijos de éstos. A este barrio llagaban los pasajeros de los barcos con enormes masas de inmigrantes, en su mayoría italianos, como mis abuelos y bisabuelos.
La fisonomía de los rostros ha cambiado, la segregación hacia sus habitantes, no tanto.
Los que entonces vivían en La Boca, como muchos de los que hoy lo hacen, habían nacido lejos de allí. Supieron de desarraigo, discriminación y de pobreza; no pudieron esquivar el sufrimiento y muchas veces la injusticia. Hubo y hay muchos, diferentes a estos y aquellos habitantes de este barrio, que los miran por encima del hombro, que los menosprecian y discriminan. Esto, no se puede vivir sin sufrimiento y opresión. El boquense sabe de eso, y al que le ha tocado vivirlo en carne propia, difícilmente lo olvide aún cuando logre “levantar cabeza”. El Sufrimiento es como la marca en el orillo del boquense. Se caracteriza por sufrir o haber sufrido muchas carencias, privaciones y frustraciones.
De ese barrio populoso y marginal, salieron los dos clubes de fútbol más grandes de este país surRealista: Boca Juniors y River Plate. Pero estos últimos, si bien son boquenses de nacimiento, se mudaron (aunque cerca del Rio de la Plata), al otro extremo de la ciudad, como renegando de sus orígenes de barrio arrabalero.
Desde la propia nominación se marcan las diferencias. Uno nombra al barrio de nombre obvio, que pone en el centro de la escena a ese tajo en la tierra por el que circulan aguas turbias, agregándole un apelativo en inglés que era moda en esa época: Juniors, que alude a joven, novel. Los rivales pudieron llamarse Río de la Plata, pero eligieron el más distinguido River Plate, al menos en sonoridad. Si bien con el tiempo se los conoció como millonarios, no puedo dejar de asociar con esa frase acuñada por el saber popular: piojos resucitados. Según mi forma de entender, son aquellos que siendo de origen humilde progresan socialmente, y en un presunto refinamiento, intentan desconocer sus raíces. Saben, pero no quieren saber.
Boca es el populacho, la masa, la pasión, la garra; River quiso ser la aristocracia, los selectos, los virtuosos. Y se planteó la dicotomía. Los xeneizes y los millonarios, los bosteros y las gallinas. Unos aluden a un equipo novel, los otros pretende ser, sin serlo, nobles.
De chico me preguntaba el por qué el mote de xeneizes. Con el tiempo descubrí que muchos de los habitantes de la Boca de entonces, eran procedentes de Génova, y genovés en un dialecto de ese lugar de Italia, se dice xeneize.
Si los argentinos, como dice Lito Nebbia, venimos de los barcos, los boquenses, los hinchas de Boca venimos de los tanos: tan brutos como trabajadores, luchadores, sacrificados, abnegados, sufridos pero ambiciosos, duros, cabezas duras, indomables y soñadores. Y en el fondo cierta rebeldía ante la opresión, sin mucho brillo pero con voluntad de acero, de sangre caliente más que reflexivos, apasionados y eufóricos, fieles y seguidores, fanáticos, arrogantes y exagerados, como esos gestos típicos de las películas fellinescas, sin términos medios. A los boquenses se los ama o se los odia, con la misma intensidad. Así se explica que se es de Boca o se está contra Boca.
Es evidente, que no todos los italianos ni sus descendientes son de Boca, y que hay boquenses de familias españolas o inglesas, la clase baja tampoco es exclusividad de Boca, y no son pocos los que siendo de la high class, son hinchas de Boca. Pero lo enunciado hasta aquí, da cuenta de las raíces históricas de Boca Juniors, de la Boca y los boquenses. Y si hablo de raíces históricas, si la historia cobra protagonismo, aunque no la veamos, la historia siempre está.
Aquellos tanos que bajaban de los barcos para probar suerte en la Argentina, y que se instalaban en la Boca, eran incultos, muchos de ellos analfabetos, que se venían de Europa escapándole a la hambruna, pero esencialmente eran soñadores. Cruzar el océano en barcos precarios, hacinados suponiendo que del otro lado del mar, había una tierra sedienta de ser habitada, potencialmente rica, pero casi desierta, y el sueño presente de hacerse la América, en algunos casos para volver triunfantes a su tierra de origen. En otros, partían dolidos con una Italia que los maltrataba, los segregaba y casi los expulsaba. Muchos murieron sin volver jamás al puerto de partida, se cortaron los lazos con padres, hermanos y demás parientes. Pero tuvieron hijos, se radicaron y se quedaron. Y aquí estamos. Ya no están aquellos inmigrantes de inicios del siglo pasado. Ya no viven. Pero aquí han quedado sus restos y sus obras.
No conozco en detalle las historias de las fundaciones de otros clubes, pero en el caso de Boca Juniors es parte de las obras que han dejado aquellos tanos de antaño.
Decía que eran soñadores. Y también ambiciosos..........
El que es de Boca, debe saber algunas cosas. Lo que puede esperar de los suyos es: Practicidad, pasión, apoyo incondicional, como casi tan incondicional la oposición de los otros, sudor, lucha, ambición, guapeza. Pero la guapeza puede ser malentendida. Guapo es aquel que ante la adversidad no huye, se enfrenta y se hace cargo de las consecuencias. No siempre gana, pero impone respeto. Cuando el otro se ve frente a frente con un guapo así, el otro se amilana se achica (de otro a Otro)
3.CUANDO BOCA ES CAMPEON
Podría intentar describir la euforia pasional que genera Boca Campeón. Pero me siento absolutamente incapaz de hacerlo con altura, de decir algo original, de no caer en palabras remanidas. El periodismo ha escrito mares de tinta acerca del tema. Se me ocurre recurrir a anécdotas protagonizadas por personas hinchas de otros clubes. Existen un sinfín de anécdotas que merecen ser contadas, pero decidí compartir las dos primeras que acudieron a mi memoria.
He conocido un hincha de San lorenzo que seguía la campaña de Boca. Al principio gritaba los goles por compromiso, para pasar desapercibido entre la masa de la popular. Luego, se hizo socio de Boca. Con el correr de las fechas, cuando los partidos se ponían difíciles, sufría más que nadie. Solía llegar a la cancha varias horas antes del pitazo inicial” por que es un lindo espectáculo esta cancha, no sé...”. Corría 1981, Maradona, Brindisi y Cía. tomaron por costumbre ganar y ganar, y llegó el turno de San lorenzo (que ese año se fue al descenso). Fue 4-0 para Boca, y el personaje en cuestión gritó los goles como un fanático más. Eso sí, decía que seguía siendo sanlorencista. Hace tiempo que no lo veo, pero cuentan los que saben que cada vez que Boca sale campeón, se lo ve paseando por las calles de la Boca, y que al regresar, no puede hablar, pero se lo ve feliz, profundamente feliz.
Sé de una señora mayor que vive en la Boca y es hincha de River. Suele decir que no se puede vivir en la Boca y no simpatizar con los xeneizes, aunque sean de otros clubes. Esta mujer desea que Boca salga campeón. Dice: “ Boca tendría que salir campeón una vez por año. Las cosas que hacen los hinchas son fantásticas. Al lado de eso, toda fiesta queda chica. Nadie la organiza, es espontánea, y eso le da mayor valor. Es una fiesta que parece no terminar nunca. Son los festejos más genuinos que se puedan concebir, tan colorido, pasional, masivo. Es como un carnaval de los de antes..., pero no ¡ es incomparable¡
robtribas
ALGUNOS ESCRITOS, ALGUNOS CUENTOS, ALGO DE HUMOR
martes, 27 de octubre de 2009
miércoles, 26 de agosto de 2009
Hasta la ultima gota -cuento
Hasta la última gota
La realidad era tan dura, el vacío tan grande, su desesperanza tan presente y sus ilusiones irremediablemente perdidas que se le había ocurrido la idea de suicidarse. Pensó en sus hijos y desechó la ocurrencia.
Si no trabajaba no era por que no quería. No había trabajo. Escaseaba como el agua en el desierto. Lo que más deseaba era trabajar. Además contaba con una desventaja. No era viejo, para nada, aunque para el mercado laboral, se le había pasado el cuarto de hora.
Vivía con su mujer y dos hijos, pequeños, en el pequeño departamento de soltero, de un ambiente. El mismo, que en otros tiempos había adquirido para sus ratos de amor con quien era su novia. Luego vivió en ese mismo ambiente con su mujer, provisoriamente decían, hasta poder comprar algo más grande. Los hijos merecen un espacio cómodo, amplio y confortable. Pasaron más de diez años y seguían ahí. Ya no eran dos; cuatro personas habitaban en 30 metros cuadrados. El mayor ya tenía siete años, el chiquito, cuatro. Los años pasaban, y no pasaba nada.
De todos modos, aún no padecían hambre, pero Miguel se sentía un inútil. No estaba acostumbrado a no trabajar. Tenía una sólida formación, estudios universitarios completos, un hombre inteligente, creativo, y además, era un buen tipo, muy honesto y, paradójicamente, trabajador. Sin empleo se sentía un fracasado. La depresión lo superaba, la angustia lo desbordaba, el desamparo y la soledad, lo volteaban.
Era un verano caluroso, donde abundaba el sol abrasador, pero para él, hasta el cielo lloraba desconsoladamente.
En poco tiempo fue perdiendo los pocos pelos que le quedaban. El negro de sus escasos cabellos mutó en gris. Su rostro aniñado comenzó a apergaminarse. Su rostro sonriente extravió la sonrisa y se le empezó a fruncir el ceño. Su voz potente y varonil, sonaba gastada.
Un día llegó a sus manos un diario, viejo; por supuesto, no podía comprar el diario. Leyó un artículo, donde el periodista, horrorizado, criticaba ciertas prácticas ilegales, en las cuales la gente, para obtener algún dinero en efectivo, vendía su sangre. Se enteró que la sangre se cotizaba según los grupos y factores. El suyo, RH negativo, era el más caro. No abundaba demasiado.
Los que compraban el líquido vital, era una fundación, supuestamente solidaria, pero que había sido montada por una empresaria con el fin de blanquear dinero mal habido. Gente adinerada necesitaba buena sangre y no tenían ningún tapujo en pagar por ella. La Fundación hacía trabajo sucio. Además de un gran negocio: pagaba a uno lo que vendía a cuatro.
Miguel comenzó vendiendo medio litro. Con esos doscientos pesos, le alcanzaba para darle de comer a sus hijos por más de veinte días. Lo que faltaba para parar la olla, lo obtenía su esposa, tras doce horas de arduo trabajo diario. La salud de la señora se iba deteriorando y la despidieron. Así Miguel se hacía extracciones de un litro, que vendía a la “generosa” Fundación. Eso sí, el doble de sangre, no se la pagaban el doble. No resulta extraño, que con un litro no le alcanzara para vivir un mes. Dos litros, con eso le hubiese alcanzado para sobrevivir casi con “dignidad”. Permitió, un par de veces que le sacaran esa cantidad, pero se descompensó de tal manera que casi muere. La Fundación, dejó de interesarle la sangre de Miguel. Un tipo que se hace mala sangre no le interesa a nadie.
Tenía los ojos sin brillo, la mirada triste, unas ojeras incipientes, los párpados caídos, los pocos dientes que le quedaban, amarronados, la espalda encorvada, y la sangre mala.
En esos momentos no podía ni pagar la luz. Tuvo que hacer lo que siempre criticó, él decía que eran cosas de incultos, ventajeros, irrespetuosos o villeros: se enganchó al palo.
Como por inercia seguía buscando trabajo. Así en la TV de un bar se enteró que un importante personaje público estaba en un estado muy delicado de salud. Necesitaba un transplante de riñón. Miguel se dijo, si tengo dos, puedo negociar uno. Y vendió el suyo. Mejor dicho, mal vendió.
Los medios de comunicación difundían los vertiginosos avances de la ciencia en aplicaciones de salud, el bienestar que implicaba y el aumento de expectativa de vida. En esos últimos años se hacían intervenciones quirúrgicas impensadas una década atrás. Mancos que recibían manos de otros y que empleaban con suma naturalidad, eran casos que se veían a diario.
Miguel, que hacía años que no podía trabajar, y su mujer que se empleaba un promedio de 4 días por mes, seguían sin poder solventar los gastos de la familia. Eran tiempos en que el hambre era un indeseable invitado a la mesa de la familia.
Como tenía dos, Miguel decidió vender un ojo de su cara. “Total, por lo que hay para ver”, fue su reflexión.
Ya no recordaba el tiempo en que sentía lástima de sí mismo. Era una lástima que lo lastimaba. Estaba tan curtido que parecía haber perdido la sensibilidad.
Vendiendo la sangre, perdió su fuerza. Negociando uno de sus ojos, perdió visión. Al permitir que le corten la mano izquierda, perdió capacidad de trabajo. Vendiendo la lengua perdió el habla. Al negociar el otro ojo perdió la vista. Cuando vendió una sección de su médula y su riñón, perdió su entereza. Cuando para un experimento necesitaban glándulas sudoríparas, comerció las suyas, y con ellas, perdió hasta la última gota de sudor. Un día llegó el demonio y le quiso comprar el alma. Si aceptaba, perdía la promesa de la vida eterna.
Miguel estaba ostensiblemente deteriorado, era un espectro siniestro de lo que había sabido ser.
El demonio le propuso que si aceptaba el trato, sus hijos no tendrían que preocuparse por trabajar y que como consecuencia de este acuerdo ellos obtendrían dinero. Hacía sólo ocho años que había leído accidentalmente aquel fatídico artículo sangriento, y estaba llegando El Final.
Le garantizó que el pacto se cumpliría hasta el último día de la vida de sus hijos. El hombre agonizante, casi sin hálito, selló el pacto con el demonio: le vendió el alma al diablo, y segundos después dejó de respirar.
Sus hijos, sumidos en el dolor por la pérdida de su querido padre, que dio todo lo que pudo por ellos, también estaban en la más profunda de las miserias.
Mientras no habían terminado de secar sus lágrimas, un hombre oscuro, con sonrisa publicitaria, encendedor de oro y anillos de brillantes se acercó a darles su condolencia. Era un desconocido, que fingidamente lamentaba la muerte de Miguel, y que indagó a los dos muchachos, ya adolescentes: “ -¿Ustedes también tienen RH negativo?”.
Sin esperar respuesta agregó: “ Sé que no tienen trabajo, que la están pasando mal. Les pago veinte pesos por medio litro de sangre. Vamos a hacer grandes negocios juntos. Ustedes no tendrán que trabajar. Dejen todo en mis manos.”
La realidad era tan dura, el vacío tan grande, su desesperanza tan presente y sus ilusiones irremediablemente perdidas que se le había ocurrido la idea de suicidarse. Pensó en sus hijos y desechó la ocurrencia.
Si no trabajaba no era por que no quería. No había trabajo. Escaseaba como el agua en el desierto. Lo que más deseaba era trabajar. Además contaba con una desventaja. No era viejo, para nada, aunque para el mercado laboral, se le había pasado el cuarto de hora.
Vivía con su mujer y dos hijos, pequeños, en el pequeño departamento de soltero, de un ambiente. El mismo, que en otros tiempos había adquirido para sus ratos de amor con quien era su novia. Luego vivió en ese mismo ambiente con su mujer, provisoriamente decían, hasta poder comprar algo más grande. Los hijos merecen un espacio cómodo, amplio y confortable. Pasaron más de diez años y seguían ahí. Ya no eran dos; cuatro personas habitaban en 30 metros cuadrados. El mayor ya tenía siete años, el chiquito, cuatro. Los años pasaban, y no pasaba nada.
De todos modos, aún no padecían hambre, pero Miguel se sentía un inútil. No estaba acostumbrado a no trabajar. Tenía una sólida formación, estudios universitarios completos, un hombre inteligente, creativo, y además, era un buen tipo, muy honesto y, paradójicamente, trabajador. Sin empleo se sentía un fracasado. La depresión lo superaba, la angustia lo desbordaba, el desamparo y la soledad, lo volteaban.
Era un verano caluroso, donde abundaba el sol abrasador, pero para él, hasta el cielo lloraba desconsoladamente.
En poco tiempo fue perdiendo los pocos pelos que le quedaban. El negro de sus escasos cabellos mutó en gris. Su rostro aniñado comenzó a apergaminarse. Su rostro sonriente extravió la sonrisa y se le empezó a fruncir el ceño. Su voz potente y varonil, sonaba gastada.
Un día llegó a sus manos un diario, viejo; por supuesto, no podía comprar el diario. Leyó un artículo, donde el periodista, horrorizado, criticaba ciertas prácticas ilegales, en las cuales la gente, para obtener algún dinero en efectivo, vendía su sangre. Se enteró que la sangre se cotizaba según los grupos y factores. El suyo, RH negativo, era el más caro. No abundaba demasiado.
Los que compraban el líquido vital, era una fundación, supuestamente solidaria, pero que había sido montada por una empresaria con el fin de blanquear dinero mal habido. Gente adinerada necesitaba buena sangre y no tenían ningún tapujo en pagar por ella. La Fundación hacía trabajo sucio. Además de un gran negocio: pagaba a uno lo que vendía a cuatro.
Miguel comenzó vendiendo medio litro. Con esos doscientos pesos, le alcanzaba para darle de comer a sus hijos por más de veinte días. Lo que faltaba para parar la olla, lo obtenía su esposa, tras doce horas de arduo trabajo diario. La salud de la señora se iba deteriorando y la despidieron. Así Miguel se hacía extracciones de un litro, que vendía a la “generosa” Fundación. Eso sí, el doble de sangre, no se la pagaban el doble. No resulta extraño, que con un litro no le alcanzara para vivir un mes. Dos litros, con eso le hubiese alcanzado para sobrevivir casi con “dignidad”. Permitió, un par de veces que le sacaran esa cantidad, pero se descompensó de tal manera que casi muere. La Fundación, dejó de interesarle la sangre de Miguel. Un tipo que se hace mala sangre no le interesa a nadie.
Tenía los ojos sin brillo, la mirada triste, unas ojeras incipientes, los párpados caídos, los pocos dientes que le quedaban, amarronados, la espalda encorvada, y la sangre mala.
En esos momentos no podía ni pagar la luz. Tuvo que hacer lo que siempre criticó, él decía que eran cosas de incultos, ventajeros, irrespetuosos o villeros: se enganchó al palo.
Como por inercia seguía buscando trabajo. Así en la TV de un bar se enteró que un importante personaje público estaba en un estado muy delicado de salud. Necesitaba un transplante de riñón. Miguel se dijo, si tengo dos, puedo negociar uno. Y vendió el suyo. Mejor dicho, mal vendió.
Los medios de comunicación difundían los vertiginosos avances de la ciencia en aplicaciones de salud, el bienestar que implicaba y el aumento de expectativa de vida. En esos últimos años se hacían intervenciones quirúrgicas impensadas una década atrás. Mancos que recibían manos de otros y que empleaban con suma naturalidad, eran casos que se veían a diario.
Miguel, que hacía años que no podía trabajar, y su mujer que se empleaba un promedio de 4 días por mes, seguían sin poder solventar los gastos de la familia. Eran tiempos en que el hambre era un indeseable invitado a la mesa de la familia.
Como tenía dos, Miguel decidió vender un ojo de su cara. “Total, por lo que hay para ver”, fue su reflexión.
Ya no recordaba el tiempo en que sentía lástima de sí mismo. Era una lástima que lo lastimaba. Estaba tan curtido que parecía haber perdido la sensibilidad.
Vendiendo la sangre, perdió su fuerza. Negociando uno de sus ojos, perdió visión. Al permitir que le corten la mano izquierda, perdió capacidad de trabajo. Vendiendo la lengua perdió el habla. Al negociar el otro ojo perdió la vista. Cuando vendió una sección de su médula y su riñón, perdió su entereza. Cuando para un experimento necesitaban glándulas sudoríparas, comerció las suyas, y con ellas, perdió hasta la última gota de sudor. Un día llegó el demonio y le quiso comprar el alma. Si aceptaba, perdía la promesa de la vida eterna.
Miguel estaba ostensiblemente deteriorado, era un espectro siniestro de lo que había sabido ser.
El demonio le propuso que si aceptaba el trato, sus hijos no tendrían que preocuparse por trabajar y que como consecuencia de este acuerdo ellos obtendrían dinero. Hacía sólo ocho años que había leído accidentalmente aquel fatídico artículo sangriento, y estaba llegando El Final.
Le garantizó que el pacto se cumpliría hasta el último día de la vida de sus hijos. El hombre agonizante, casi sin hálito, selló el pacto con el demonio: le vendió el alma al diablo, y segundos después dejó de respirar.
Sus hijos, sumidos en el dolor por la pérdida de su querido padre, que dio todo lo que pudo por ellos, también estaban en la más profunda de las miserias.
Mientras no habían terminado de secar sus lágrimas, un hombre oscuro, con sonrisa publicitaria, encendedor de oro y anillos de brillantes se acercó a darles su condolencia. Era un desconocido, que fingidamente lamentaba la muerte de Miguel, y que indagó a los dos muchachos, ya adolescentes: “ -¿Ustedes también tienen RH negativo?”.
Sin esperar respuesta agregó: “ Sé que no tienen trabajo, que la están pasando mal. Les pago veinte pesos por medio litro de sangre. Vamos a hacer grandes negocios juntos. Ustedes no tendrán que trabajar. Dejen todo en mis manos.”
Un caso de frigidez-fragmento de Humor de Transferencia-
Un caso de frigidez
Yo no conocí a Sara[1] más que a través de los relatos de un colega que sí la atendió mientras la chica vivía en Barracas. Cuando se mudó de barrio inició un periplo vertiginoso que le impidió seguir analizándose. Sin embargo subsistía algo de transferencia y cada tanto volvía al consultorio de mi colega para informarle de sus nuevas actividades.
Los significantes, son marcas. Sara, puede dar fé de ello. No sólo que vivía en Barracas. Sara era de Barracas y allí transcurrió su vida, sin excepción. No podía cruzar la avenida Patricios, California ni el Riachuelo. Todo lo que hizo, fue dentro del perímetro de su barrio.
Desde sus 18 años, tuvo una vida sexual muy activa, pero insatisfactoria. Además hacía unos meses, ya con 23 años, que se le estaba tornando monótona y aburrida. Seguía sin disfrutar y siempre en la misma posición: la franciscana. Obviamente sus encuentros sexuales fueron hasta ese momento, siempre en Barracas. Pero no le resultaba confortable ni higiénico esos viejos galpones.
A través de sus sueños, fantaseó cómo sería ser penetrada en La Boca o que su amante la lleve a Caballito. Uno de sus parteneires sexuales, muchacho carilindo y de músculos trabajados, padecía una eyaculación precoz que lo dejaba perplejo. Curiosamente la pudo dejar atrás cuando cambió su simpatía de club de fútbol. Dejó de ser hincha de Racing Club para hacerse de-Morón.
Como Sara no quería entregarse con tanta facilidad, que los hombres se la llevaran de arriba, decidió tener sexo por Flores.
De a poco pudo ampliar los límites de su barrio. En Colegiales descubrió el despertar sexual de muchos jovencitos.
Me faltó decir que la chica padecía de una dislexia. Fue por eso que nunca pudo ir al barrio de Boedo. Nadie pudo convencerla de que no se trataba de un lugar lleno de borrachos.
De a poco salió de los límites de Capital Federal, y ocasionalmente tuvo sexo por La Plata. Pudo viajar por el interior del país. Tuvo sexo en Posadas, pero solía quedar con aroma a alcohol. Donde no pudo fue en Chaco, allí se encontró con una tenaz Resistencia.
Decepcionada y deprimida, no lo pensó y se subió a un avión desconociendo el destino. Iba a Brasil. Obviamente Se quedó en Pelotas. Su período allí no lo recuerda muy bien. La cuestión es que pudo llegar a Europa. Todo comenzó en Suiza, con sus apacibles paisajes, pero en los cantones nevados tomó sustancias fuertes como nunca lo había hecho, quedando obnubilada más de una vez...!si se habrá echado polvos en Ginebra!...Pero el lugar donde detuvo su periplo, fue en España, en una ciudad que la esperaba con los brazos abiertos, y donde ella descubrió un orgasmo: ¡Zaragoza.!
Fragmento del libro Humor de Transferencia para leer en el diván, Roberto Tribastone, 2004, Marcelo Castro Editor, pág. 24-25
[1] _ El nombre dado a la paciente no es el nombre real. Cuando tuve que elegir cómo llamarla, no me convencía ningún nombre. Obviamente, de lo que se trata es de preservar la privacidad del paciente. Así que pensé ponerle un nombre lejano al original. Hasta que pensé: si todos los lectores saben que cuando se escribe de algún paciente se modifica el nombre ¿ por qué no llamarla Sara?. Seguramente nadie sospechará que Sara, en realidad se llamaba Sarah.
Yo no conocí a Sara[1] más que a través de los relatos de un colega que sí la atendió mientras la chica vivía en Barracas. Cuando se mudó de barrio inició un periplo vertiginoso que le impidió seguir analizándose. Sin embargo subsistía algo de transferencia y cada tanto volvía al consultorio de mi colega para informarle de sus nuevas actividades.
Los significantes, son marcas. Sara, puede dar fé de ello. No sólo que vivía en Barracas. Sara era de Barracas y allí transcurrió su vida, sin excepción. No podía cruzar la avenida Patricios, California ni el Riachuelo. Todo lo que hizo, fue dentro del perímetro de su barrio.
Desde sus 18 años, tuvo una vida sexual muy activa, pero insatisfactoria. Además hacía unos meses, ya con 23 años, que se le estaba tornando monótona y aburrida. Seguía sin disfrutar y siempre en la misma posición: la franciscana. Obviamente sus encuentros sexuales fueron hasta ese momento, siempre en Barracas. Pero no le resultaba confortable ni higiénico esos viejos galpones.
A través de sus sueños, fantaseó cómo sería ser penetrada en La Boca o que su amante la lleve a Caballito. Uno de sus parteneires sexuales, muchacho carilindo y de músculos trabajados, padecía una eyaculación precoz que lo dejaba perplejo. Curiosamente la pudo dejar atrás cuando cambió su simpatía de club de fútbol. Dejó de ser hincha de Racing Club para hacerse de-Morón.
Como Sara no quería entregarse con tanta facilidad, que los hombres se la llevaran de arriba, decidió tener sexo por Flores.
De a poco pudo ampliar los límites de su barrio. En Colegiales descubrió el despertar sexual de muchos jovencitos.
Me faltó decir que la chica padecía de una dislexia. Fue por eso que nunca pudo ir al barrio de Boedo. Nadie pudo convencerla de que no se trataba de un lugar lleno de borrachos.
De a poco salió de los límites de Capital Federal, y ocasionalmente tuvo sexo por La Plata. Pudo viajar por el interior del país. Tuvo sexo en Posadas, pero solía quedar con aroma a alcohol. Donde no pudo fue en Chaco, allí se encontró con una tenaz Resistencia.
Decepcionada y deprimida, no lo pensó y se subió a un avión desconociendo el destino. Iba a Brasil. Obviamente Se quedó en Pelotas. Su período allí no lo recuerda muy bien. La cuestión es que pudo llegar a Europa. Todo comenzó en Suiza, con sus apacibles paisajes, pero en los cantones nevados tomó sustancias fuertes como nunca lo había hecho, quedando obnubilada más de una vez...!si se habrá echado polvos en Ginebra!...Pero el lugar donde detuvo su periplo, fue en España, en una ciudad que la esperaba con los brazos abiertos, y donde ella descubrió un orgasmo: ¡Zaragoza.!
Fragmento del libro Humor de Transferencia para leer en el diván, Roberto Tribastone, 2004, Marcelo Castro Editor, pág. 24-25
[1] _ El nombre dado a la paciente no es el nombre real. Cuando tuve que elegir cómo llamarla, no me convencía ningún nombre. Obviamente, de lo que se trata es de preservar la privacidad del paciente. Así que pensé ponerle un nombre lejano al original. Hasta que pensé: si todos los lectores saben que cuando se escribe de algún paciente se modifica el nombre ¿ por qué no llamarla Sara?. Seguramente nadie sospechará que Sara, en realidad se llamaba Sarah.
El acto de escribir
El acto de escribir
Roberto Tribastone
“...Hay mucha gente, pocas ideas
¿cómo haremos para diferenciarnos unos de otros?...”
(M. Kundera, La inmortalidad.) 1
Una posición incómoda
Acuerdo con Milan Kundera, hay pocas ideas. Se habla mucho, pero se dice poco. Es muy difícil decir algo original, novedoso, que sorprenda. Aún así hablamos, escribimos, y de vez en cuando se nos escapa alguna idea. Si a partir de este escrito, si al menos pude expresar una idea, estaré conforme. Si no es así, bueno, es lo que suele pasar.Voy a comenzar con una serie de citas de Lacan, que no son nada novedosas.
“El analista haría mejor ubicarse por su carencia en ser que por su ser... Analista, su temor no es el error, sino de la ignorancia, su gusto no es satisfacer sino decepcionar, su necesidad no es gobernar, sino estar por encima...[1]
El analista es ese hombre al que se le habla libremente. Está ahí para eso.” [2]
“En el depósito de fondos de la empresa común, el paciente no es el único que con sus dificultades pone la cuota. El analista también debe pagar:
-con palabras, ....si se elevan a un efecto de interpretación.
-con su persona. Diga lo que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia.” [3]
“En el manejo de la transferencia, la libertad del analista queda enajenada por el desdoblamiento que sufre su persona. Es allí donde hay que buscar el secreto de un análisis.” [4]
“...Se trata de captar el deseo, y sólo se lo puede captar a la letra... [5]
“El sentido último de la palabra del sujeto frente al analista, es su relación existente ante el objeto de su deseo.” [6]
El texto donde Lacan dice esto, lo llamó La dirección de la cura y los principios de su poder. Da cuenta de la incómoda posición del analista. Tiene que pagar, su libertad está enajenada, sufre desdoblamiento de su persona, se debe despojar de su ser, ubicarse por su carencia en ser.
El analista, al dirigir una cura, no está como sujeto. Sin embargo, sólo por haberse reconocido como sujeto, en el transcurso de su análisis personal, y por vérselas con su propio deseo es que en algún momento advino analista.
Este posicionamiento, este lugar del muerto que el analista encarna, lo lleva a soportar el vacío que el deseo del analista implica, y no es sin consecuencias para el sujeto en cuestión. ¿ Qué puede hacer con eso?.
Algunos pacientes dicen sin vueltas: “vengo a sacarme la mierda de encima... a vomitar mis dolores”. El analista queda como depositario de las excreciones de sus analizantes. A partir de mi experiencia, me animo a afirmar que no conviene quedarse con los restos, puede ser peligroso. Nuevamente la pregunta ¿ qué se puede hacer con eso?.
Curiosamente, cuando en un análisis se lee la letra, si bien puede resultar doloroso para el analizante, finalmente libera, alivia del dolor y del padecimiento.
Letra es el borde de lo real. Es lo más real a lo que podemos llegar en un análisis.
Pero, ¿Qué es la falta? ¿Qué se puede hacer ante la falta?. Lo más frecuente, es angustiarse. No es raro renegar de ella. Alguno puede llegar a demandar un análisis, otros más extremistas quizás lleguen a intentar un suicidio, pero también, existe la posibilidad, luego de un recorrido de análisis de que promueva el deseo.
El fantasma
El goce fálico es el goce de la palabra, se adquiere con el habla. Es el goce del bla bla. La angustia se descomprime hablando, es como una máquina de extraer goce, pero con eso no alcanza.
La marca que viene del Otro, del lenguaje, que golpea al infans, le deja una marca que es mortificante. La muerte entra en el cuerpo por el significante. El sujeto porta un mensaje que no puede leer, no está a disposición de él. La muerte que ingresa por el significante, es la muerte que mortifica la carne. Es por este proceso que se desea.
La repetición significante, va a marcar en el cuerpo un lugar de pérdida: un agujero, la castración. ¿ qué es el lugar de pérdida?¿ cómo lo abordamos?. Y otra vez ¿ qué hacemos con él?
Es necesario hacer una mínima diferencia entre el agujero y la falta. El agujero es de estructura. El conjunto de elementos simbólicos, de significantes, presentan un agujero. La falta, ya afecta a un sujeto, cómo está implicado con el agujero, y es lo que posibilita el pasaje al deseo. El sujeto sólo es deseante cuando está barrado, atravesado por la falta.
Ese lugar de pérdida es donde la muerte, a través del significante, estuvo haciendo un agujero. Hay algo que está perdido.
“La metáfora paterna hace entrar en el significante la falla de la respuesta del Otro, a la que da un significado. Aporta significantes y aparta al infans de lo real en forma bastante estable. Pero lo complejo del nombre y de la función de nominación es que el nombre nombra, lleva un real al campo de la palabra, pero a su vez ese campo aparecerá siempre herido, marcado de insuficiencia. Esto es así, porque por estructura lo real no puede ser apresado por lo simbólico; y sin embargo el nombrar capta algo de ese real, pero lo hace deficientemente, no sin que algo no entre a ese simbólico”. [7]
Pero si alguien se topó con un agujero, es que el fantasma tambaleó, titubeó. No alcanzó como velo. Una de las formas de pensar el fantasma, es como una pantalla, y la pantalla tiene que ver con el padre. Recordemos que no hay nada más auténtico que el amor al padre, pero no se puede amar al padre sin recibir lo peor de él.
“ El plano del fantasma funciona en relación con lo real. Lo real es soporte del fantasma, el fantasma protege a lo real”. [8] ¿Será por eso que Lacan dice que los dioses pertenecen al campo de lo real.?
Cuando el neurótico se hace ser en su fantasma, se protege de la angustia, queda momentáneamente coagulado en certezas, y en definitiva sigue gozando y está cómodo.
“El fantasma no deviene letra sino media una lectura, pero eso implica que no hay letra sin el atravesamiento de un trabajo de duelo, que es la contracara de la construcción del fantasma.” [9] Esa lectura no se hace de una vez para siempre, es una tarea a realizarse luego de la construcción del fantasma. Se me ocurre que hacer tal lectura, implica un comienzo en el atravesamiento del fantasma.
¿Qué relación hay entre el fantasma, el padre, el deseo y la alienación.? ¿Cómo entra en juego la escritura en la vacilación fantasmática, el atravesamiento del fantasma y el fin de análisis? .¿ Fin de análisis coincide necesariamente con el pase?. Estas preguntas exceden los alcances de este trabajo, pero al enunciarlas, me compromete a seguir trabajándolas en otro momento.
“El fin del análisis recae sobre la causa del deseo, sobre el fantasma y no tiene en sí nada de terapéutico. Por lo tanto, el fin lógico no significa la curación... Aquel que “termina” por completo puede volver a presentar cada tanto diferentes síntomas”. [10]
Bienaventurados los que están en el fondo del pozo, pues de allí en adelante sólo cabe ir mejorando, canta Serrat. Algo de esto debe suceder en un análisis, tocar fondo, sentir que no se puede más, quedar exhausto de tanta angustia. Hay que pasar por ahí, pero no quedarse ahí.
El deseo, ¿cielo o infierno?
Me atraen los conceptos de cielo y de infierno para intentar articular mínimamente el goce y el deseo, el fantasma y su atravesamiento, el ser y el des-ser, el lugar del padre y el lugar del hijo.
El des-ser, ¿sólo aparece al final del análisis?¿implica un atravesamiento del fantasma?¿el fantasma sólo se atraviesa al final de un análisis?¿ horadar el fantasma, es una forma de atravesarlo?, ¿es una vacilación fantasmática?¿cuál es la diferencia?. El des-ser, ¿deja de ser qué?. Estas, son otras preguntas que me hago en este momento, pero también exceden las pretensiones de este escrito.
El deseo del hombre es el infierno, quien no desee esto, resiste. Es una de las lecturas que Lacan hace del epígrafe que Freud eligió para “La Interpretación de los sueños”: Fléctere si nequeo superos, acheronta movebo. Si no puedo mover a los dioses de los cielos, conmoveré a los del infierno. El deseo, el horizonte en una cura psicoanalítica, es llamado por Lacan, como infierno. ¿por qué será?¿ qué tendrá de infernal el deseo?. Infierno y cielo, son inseparables, no podría existir uno sin otro. Es como todos los opuestos. No se puede hablar de vida sin hablar de muerte. Cito a un analizante, devenido poeta, a partir de su trabajo de análisis:
“ ...Cómo valorar la vida
si no la contrasto con el fin
contraste fundamental
que da sentido a la existencia.
Pensando en mi muerte,
sufrí en mi vida,
callando mi dolor
se me escapó un grito,
escuchado en mi angustia.
Luchando por no morir
sacrifiqué mi vida,
y de esa inmolación,
el Otro ni se enteró.”
En el discurso cotidiano, gozar es bueno, desear es malo. Cuando nuestro equipo de fútbol le gana al rival de siempre, solemos decir: como gocé. Un verdadero placer. En ese plano, goce es lo mismo que placer.
Semanas pasadas me tocó vivir una escena cotidiana, donde un bebé de menos de 5 meses, quien aún no había probado alimentos sólidos, seguía con su mirada atentamente, los bocados que su padre se llevaba a la boca. Alguien que observaba le reprochó al padre:” Pobre bebé, ¡ lo hacés desear!.” ¡Un padre malvado que hace desear a su hijo!.
Asumir el deseo es una tarea ética, que no es sin consecuencias. El acceso al deseo se paga con algo. Con la castración, dirá Freud. La ética enfrenta al sujeto con su deseo, cómo en el acto, el sujeto asume el deseo. No hay Otro que garantice su operatoria. Transita el desamparo absoluto. [11]
¿Qué misteriosa fuerza lleva a un sujeto en análisis a renunciar a la comodidad, la seguridad y garantías presuntas, pero también monotonía del paraíso prometido, para vivir en el infierno de la pasión y la in-ser-ti-dumbre?. Qué desea, lo mueve.
Volvamos a la paradoja del cielo y del infierno, que bien se podría entrecruzar con el Bien y el Mal, el goce, el deseo y la herejía. Pero tal articulación merecería
un trabajo aparte.
El deseo del hombre es el infierno. Desde el sentido común nadie elegiría al infierno. Sin embargo, quien avanza en su análisis, se va acercando a ese “infierno”. La herejía no lo es para el sujeto mismo. En el momento del acto, en ese instante, el sujeto da cuenta de una posición ética. Atraviesa la barrera del Otro. Si bien para el sujeto, un acto no es nada escandaloso, puede serlo para el Otro. Lo que para uno es ético, para el Otro puede ser escandalosamente herético. En ese instante, caen los ideales, queda el sujeto solo con su hiancia y marca para él un antes y un después. Tras el acto, el sujeto ya no es el mismo. Hereje es aquel que corre el riesgo de salir bajo las sombras del padre, es el que va más allá de su padre. [12]
No hay Otro ni lo habrá. Al final del camino nos espera la muerte, tendremos que vernos con la nada, el vacío, el infinito. Es desagradable la idea, pero es real.
En ese aspecto no hay decisión posible. Lo que si puede decidir un sujeto, es de qué modo se posiciona ante eso.
Si el sujeto no queda tomado por la inacción, el miedo, la angustia y la búsqueda de garantías, si soporta el desamparo, puede apostar a la vida. Por que el deseo es llevado por la muerte, por que al final la muerte gana, vale la pena ( no es sin dolor) apostar al deseo. Y allí el sujeto podrá decir: quiero más, por que sé que algún día, muy lejano o muy cercano, ya no podré más.
¿Qué beneficio encontraría quién apueste al deseo?. ¿Podrá alcanzar la felicidad?. ¿Sería alguien más capaz que los otros, para afrontar la vida?....
El psicoanálisis no tiende a completar en el punto de falta, si no a encontrar algo del deseo, a pesar de la frustración, a condición de atravesar la angustia.
El psicoanálisis no es para conocerse mejor, pero tal vez permita ir más allá del destino. Lo que quizás el sujeto no sepa, es que lo que cura del destino, es el deseo. Un deseo singular de cada sujeto. Una forma de crecer, es asumir el deseo, no uniformizante, singular, efecto de un propio recorrido, con sus propias marcas.
Quien sufre por su destino es responsable de su padecer, en tanto él ha consentido un lugar respecto del deseo del Otro, con el goce concomitante.
Tampoco sirve para ser feliz. “Producir lo incurable de la falta en el Otro, advertir lo incurable del sexo, hacer pasar el goce al decir para aprender a obrar con él es la tarea del análisis, que equivale a separar a ese sujeto de ese goce, sin quedar en paz por ello con lo real.”[13]
En el atravesamiento del fantasma, en el fin de análisis, hay un sujeto que vivió la pasión en su punto real. Recordemos que la pasión es “ aquello por lo cual el hombre está abierto a esta división consigo mismo.”[14]
Quizá el “beneficio” de alguien analizado, sería un saber acerca de la falta de garantías, que sabe que no alcanzó ni jamás alcanzará la perfección.
Es alguien advertido y de alguna manera “es más fuerte por que convirtió su debilidad en arma”[15]
Por que tanto el analista como el analizante avanzado, no están en paz con lo real, escriben.
La escritura de un analista
Todos conocemos el famoso trípode de la formación del analista propuesto por Freud: el análisis personal, la supervisión o análisis de control, y la formación teórica. Si alguien cumple con esos requisitos, ¿es un psicoanalista?.
Sabemos que para un analista, no será lo mismo analizarse o supervisar con un psicoanalista lacaniano, que con un kleiniano. Es posible que en función de lo anterior, determinará el camino que se recorra en la formación teórica.
Para aquellos que practicamos el psicoanálisis y que somos psicólogos, ¿quiénes son nuestros colegas? ¿los psicólogos o los analistas?. Todo aquel que se dice analista ¿ es analista?. Por otra parte ¿ se puede ser psicoanalista?.
Hablaba de la formación teórica, y esta remite a la lectura y el estudio de la literatura psicoanalítica, que es sumamente amplia. Entiendo que no sería desatinado agregar una cuarta pata en la formación de un analista: La escritura.
Hay preguntas que me formulo desde hace tiempo. ¿qué es escribir?¿ para qué se escribe? ¿para quién se escribe?¿qué es una escritura? ¿de qué modo se diferencia de un escrito? ¿ para qué sirve la escritura?.
No tengo respuestas. De todos modos, tengo algunas opiniones al respecto, las que intentaré exponer en el presente trabajo.
En una publicación dije[16] que quien traza unas palabrejas en una hoja en blanco, en el acto mismo, lo hace por él. No obstante no es lo mismo escribir para sí y guardarlo en un cajón que publicar eso que escribimos. Publicar es terminar, cerrar, concluir, pero también entregarlo al público. Esto implica exponerse, quedar expuestos.
Vale aclarar que cerrar y concluir no significa completud. Más bien implica algo de la incompletud. Por que hacer una presentación en unas Jornadas de psicoanálisis, una conferencia, un texto bajo el formato de revista, de libro, aun sabiendo de las limitaciones que posee esa producción, eso es una forma de soportar la falta, implica tolerar la hiancia como sujeto y los baches en la formación de ese analista.
Cuando alguien dedicado al psicoanálisis llega a producir un trabajo, lo hace movido por su deseo, dando cuenta de su recorrido hasta ese instante, expone su producción y él mismo queda expuesto. En lo que queda expuesto es en lo que puede generar diciendo lo que dice. Podría tratarse de un texto anodino que no genere más que indiferencia, quizá diga algo tan novedoso que provoque el disenso, pero también el elogio, la crítica constructiva, la admiración, el desmerecimiento despectivo, la consecución de prestigio o la pérdida de él.
Para los psicoanalistas, llega un momento en que es inevitable escribir.
Un analista que se posicione éticamente en su praxis, ¿puede dejar de dar cuenta de la misma? Podría ser por medio de un relato de un caso clínico. Tal vez hablando de su posición en la dirección de la cura o como entiende la transferencia, también podría hacerlo por medio de la teorización de la clínica o manifestando su idea de fin de análisis. En síntesis, creo necesario y fundamental, que quien se diga analista, se cuestione su quéhacer, la teoría, las vicisitudes de la clínica, y por qué no su propio análisis. Quizá eso era lo que Lacan quería decir con reinventar la clínica. Es cierto que el analista se autoriza a sí mismo y ante los demás. Pero eso no debe implicar un vale todo.
...”No estaría mal, quizá, que el analista dé cierto testimonio de que sabe qué es lo que hace...” .([17]) casi se tornaría en algo imperioso, si recordamos otra cita de Lacan: “¿Qué orden de verdad genera nuestra praxis?...(...)...¿Qué seguridad tenemos de que no estamos en la impostura?.” [18]
Es casi imposible recorrer el camino de la formación teórica sin recurrir a maestros. Se puede tener maestros, y hasta es necesario, se les puede suponer un saber, pero quien les hace reverencias los pone en lugar del Ideal, quedando el sujeto taponado, exaltando cada vez más al Otro, no barrándolo. Ubicar a los maestros en un el altar del saber, implica elevarlos a la posición de amo sabelotodo, omnipotente, es otra forma de preservar al padre. La producción se posterga, abundan las inhibiciones. O lo que se produce va dedicado a su amo. A mi criterio, esa es una dimensión del análisis interminable. En ese sentido, si el análisis se vuelve interminable, el psicoanálisis se convertiría casi en una religión. Si no hay lectura del sujeto, no habrá letra, sólo quedarían a su disposición, las marcas del Otro. Un sujeto así posicionado, sólo tendrá acceso a un saber dogmático.
Freud y Lacan son personajes paradigmáticos para los que nos dedicamos al psicoanálisis. Aunque paradigmático suene similcadente a dogmático, existen sustanciales diferencias entre uno y otro significantes. Pero algunos analistas parecen no notar la diferencia. Tal vez todo radique en que los dogmas tranquilizan. A mi gusto, demasiado.
¿Política del psicoanálisis o política en psicoanálisis?
Hay corrientes dentro del psicoanálisis que proclaman que quién quiera postularse como psicoanalista, debe cumplir con ciertos requisitos pautados por la propia institución. Un tiempo estipulado de antemano con un analista de mayor trayectoria, experiencia y prestigio, dedicar el tiempo exigido para la supervisión, con un supervisor designado por la institución, más el cupo Cierta cantidad de horas de estudio, como no podía ser menos, en la propia institución.
De este modo, se cumple el mandato freudiano del trípode en la formación del analista y se lo hace con la intención de seguir la letra del “viejo” Freud. Me parece escuchar ecolálicamente como en las iglesias católicas.
_ Es palabra de Freud.
- ¡ Te alabamos Señor!
Esta modalidad , se fundamenta en el tiempo cronológico...
Lacan habló de tiempos lógicos, y de alguna manera criticaba a los analistas que se basaban en el estilo tiempo cronológico.
En su tiempo fueron llamados post-freudianos. Sin embargo, el mismo Lacan, como todos los contemporáneos nuestros, también lo somos.
A mi criterio no sirve de mucho la distinción de post- freudianos, pero habría que diferenciar a los pre-lacanianos y post-lacanianos.
¿qué es un analista freudiano? ¿ y un lacaniano?. ¿se puede ser lacaniano sin ser freudiano?. Necesariamente hay que ser ano?
Dentro de los psicoanalistas lacanianos, están los que se presentan como los más lacanianos de todos. Los verdaderos lacanianos.
A estos no se les puede reprochar que privilegien el tiempo cronológico, todo lo contrario. Sin embargo, las sesiones, duran indefectiblemente y casi sin excepción, un puñado de minutos. Tiempo lógico, tiempo cronológico, apertura del inconsciente, ¿ y el tiempo subjetivo ¿y el caso por caso?¿ en qué perchero es colgada la singularidad?
La corriente de los embanderados como freudianos, dicen seguir al pie de la letra la palabra del Maestro, nuestro Padre psicoanalítico, son la ramificación de la institución creada por el gran Segismundo.
Los lacanianos a ultranza, pretenden imitar al pie de la letra el acto analítico postulado por Lacan, como si un acto pudiera imitarse. ¿Acaso no están haciendo dogmatismo?.
Sabemos que no es nada sencillo apartarse de los mandatos paternos. Parecen rebelarse al mandato del Padre ( Freud, padre del psicoanálisis), pretendiendo ir más allá de él, pero al mismo tiempo erigen otro que ocupa el lugar vacante, Lacan. Incómoda paradoja para quién quiera posicionarse como analista.
Habría que hacer una disquisición entre qué es dogmatismo, endiosar a una figura, idealizándola a tal punto que obture al sujeto deseante, y cuando hablamos de compartir postulados, teorías. Todo podría ser cuestionado, pero no todo lo es. Cada cuál sabrá qué es lo quiere cuestionar. Por que siguiendo algunas de las corrientes del psicoanálisis, estas son las que deciden qué es lo cuestionable y qué es lo transmisible.
Hay algunas preguntas que me hago desde hace tiempo pero no he encontrado eco entre los colegas al tratar de ponerlas a trabajar.
¿ Se puede hacer psicoanálisis si se cree en Dios? ¿Se puede decir psicoanalista alguien que venere al padre?. Cuando alguien se hace una pregunta, cuando puede enunciarla, es que ya tiene la respuesta, quizás aun no le resulte accesible. Tal vez sea el caso de la última pregunta.
Venérea al padre, que el padre se pudra.
Respecto a la primera pregunta, hay que responder que sí, que se puede. Muchos dicen hacerlo. No aceptarlo, sería quedar del lado de la renegación. Sería intentar negar lo evidente. Ahora bien, ¿cuáles serían las consecuencias en la dirección de las curas de esos supuestos analistas?
Cierta vez, una persona que dice hacer psicoanálisis, católica ella, seguidora de la liturgia cristiana con toda la parafernalia de estampitas y otros rituales, en un pedido de supervisión de una paciente histérica que ella atendía, con recursos para trabajar, me decía : “ Pero me asusta que vaya por esa vía, por que implicaría que cuestione al padre...cuando pasa eso, las consecuencias pueden ser terribles. “
Otra frase muy escuchada y que aun no sé qué quiere decir es: “ por que yo terminé varios análisis. “. Muchas veces parece que se equiparara a decir atravesé varios finales de análisis.
“cuando un analista no cae, indudablemente es el Padre el que no cae”( csf p80 j. Zuberman)
Tiene que llegar el momento en que un analista, como parte de su formación, pero esencialmente, a partir de su análisis personal, sea un irreverente. Que no haga reverencias.
Podría creerse que los analistas que escriben, lo hacen por el mero placer de hacerlo, por que los habita un deseo, subjetivo de escribir. Opino que además de eso, y debido a la incómoda posición que un analista debe soportar en su función, se ve impelido a escribir. No puede dejar de hacerlo.
El placer, dice Lacan, es conseguir un sufrimiento menor.
“Sólo quien ha escuchado los silencios de una noche estrellada, podrá buscar a los ladrones de la oscuridad”, fue una bellísima frase que escuché en una de las primeras Jornadas de Psicoanálisis a las que concurrí, ya no recuerdo quién la mencionó, si era de su autoría o si citaba a otro autor. Durante años, no la entendí, aunque de todos modos me emocionaba.
A mi entender, la escritura surge del mismo lugar del cuál irrumpe la angustia,donde el silencio se escucha, donde las palabras no alcanzan, allí donde el infinito se da la mano con la nada, en el preciso lugar donde se cae la máscara del ser. Acaso de allí brote una verdad, que no está dicha, que no está escrita. Ahí está lo real. De sus bordes habrá letra, a ser producida, a ser leída. Para apropiársela, habrá escritura.
Quizás todo analizante que lleve hasta últimas consecuencias su análisis, llegará hasta un punto en donde se tope con oscuras tinieblas, donde los telones comiencen haciéndose jirones hasta terminar por caer, y dejen el escenario desnudo, vacío. Que se entere que él ha sido, alternativamente, los actores, el autor, el guionista, el público, el productor y el director de sus escenas, novelas y películas, dichosas o desdichadas. Donde los fantasmas espesos y evanescentes empiecen a disiparse. Donde se vea cara a cara con el dolor de lo indecible y la impotencia ante la muerte. Pero donde las condenas del destino comiencen a perimirse, sean historia. Un pasaje del destino a la historia, es lo que permite la prescripción del destino.
Así, quizá el infierno ya no asuste tanto, incluso hasta sea preferido. Deseo y fantasma, verdad y saber, pasión e ignorancia, amor y odio, la voz y la mirada, y algo, que ya no es nada, se empiece a dibujar en letras que, en el mejor de los casos harán escritura.
La escritura pacifica y vivifica, aunque a veces escandalice y herejice, la escritura libera a los demonios más íntimos de cada quién, los deja salir, y esos demonios hablan. Y una vez que los demonios hablan ¿el sujeto se des-ata de (esos) monios?. Lo que creo es que la escritura es imposible sin esos de-monios. Y el hecho de liberarse de moños que atan y ornamentan, es una de las formas posibles de un acto.
“El acto hace ruptura en lo imaginario; su perspectiva es terminar con una alienación que es propia del logro del fantasma. El fantasma realiza el sueño, permite seguir durmiendo. El acto despierta, libera el lugar del sujeto con relación a un deseo vacío y hace aparecer su nombre” [19]
El autor es el efecto de su propio acto, él mismo se engendra “prescinde del nombre del padre aunque se sirve de él” [20].
“Cuanto más vayan a revelarse estos atolladeros (propios del acto), más advierte el sujeto que el análisis lo conduce a un punto contrario a aquello por lo cual llegó a él: el paciente comenzó el análisis para gozar plenamente, y en el momento en que la conclusión se acerca presiente la castración. Nada lo obliga a llegar hasta allí...aquel que hace, se hace: pintar engendra al pintor, escribir produce al escritor...” [21] “La obra fija el nombre, pacifica, da su valor a la deuda, se lleva consigo lo que el goce tiene de monstruoso.”[22]
Los últimos pasos que da un analizante dentro de su análisis, no implican ningún progreso, sino la posibilidad de Otro goce.
Lacan decía que él hacía el pase en su seminario. Escribir, ¿no podría ser otra forma posible de hacer el pase?. El pasaje de analizante a analista, lo que daría
cuenta de un fin de análisis, ya no ante un jurado de notables, sin la mediación de los pasantes, sino a partir del propio decir de ese analista, a través de sus creaciones, producciones o invenciones. Si esto fuese así, es inevitable escribir.
En realidad, si no es así, si la escritura no es aceptada como una vía válida para dar cuenta de un fin de análisis, de todos modos es inevitable escribir: por que la escritura no se busca, se encuentra.
Una tramitación que no es un trámite.
No saber qué escribir. Tampoco cómo hacerlo. La necesidad de escribir, pero elmiedo acechando. La pasión también. Un miedo apasionante, tal vez.
La descripción minuciosa, a mi gusto, no es escritura. Tampoco lo sería una escritura autobiográfica. Aunque es imposible la escritura sin la historia del autor.
Una historia que relate, que cuente, pero esencialmente, que diga.
“Cada cual reevalúa y rescribe su historia hasta el final de su vida, y hasta el fin de su vida proseguirá un diálogo ininterrumpido, tanto con los antepasados como con la descendencia” [23]
“Todo escribe a nuestro alrededor, eso es lo que hay que percibir, todo escribe.”
“....Desde el momento en que algo podría ser una escritura, ya lo es.”
“....Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue.
Eso o nada.
Escribir.
No puedo.
No se puede.
Hay que decirlo: nadie puede.
Y se escribe.”
(M.Duras, Escribir)[24]
Escribir no es sin la desesperación. Es por el desamparo que se escribe. Es con el desamparo.
Es por el miedo y es con el miedo.
Es por la soledad y es con la soledad.
Muchas veces se escribe desde el fantasma. Pero es de suponer que un analista escriba a partir de una vacilación del fantasma. Que tal vacilación no inhiba su escritura. De este modo, tal vez surja una escritura más valiosa, más auténtica, que le permita liberarse de sujeciones y ataduras.
Escribir, es despertar del sueño.
Cuando intentamos escribir nos enfrentamos con la página en blanco, convocamos a la inspiración, y esperamos. A veces nos toma, otras, sólo esperamos.
Escribir es decir. Es dejarse tomar por la palabra para apropiarse del propio decir. A la escritura, sólo hay que darle una mano.
Escribir es dejar marcas, a condición de leer las marcas.
Es arriesgarse, pues implica un movimiento, un avance, aunque no sin peligros.
Escribir es jugar un juego paradójico en el cual el autor cree poner reglas, pero está limitado y atravesado por ellas, pero al mismo tiempo se desatan ataduras.
Es inventar, es crear y dejar de creer. Es parir.
Escribir es pagar. Implica una pérdida, un desprendimiento, pero no a pura pérdida.
Escribir es dejar de vacilar, y hacer vacilar. Implica un vaciamiento que roza a un agujero pero que reconforta. Es curioso, hacerlo es incómodo, pero no se puede dejar de hacerlo. La escritura no se busca, se encuentra.
Escribir es caer por abismos efímeros, fugaces, o no tanto. Es también, convocar a los demonios, interrogarlos y hacerlos hablar.
Es una purga. Escribir, es el purgatorio de los neuróticos. Un purgatorio que no es la antesala del cielo, la vida eterna ni el idílico edén, es más bien el registro del paso por el infierno y el testimonio de su momentánea salida, en el acto mismo de la escritura.
Escribir es un misterio. Es enigma. Decididamente, es un engaño.
Es saber...que no hay garantías. Es tramitar el dolor, la angustia, la desesperación, los fantasmas, el miedo, la soledad, el desamparo; es tramitar los restos, la escoria, las marcas, la letra, pero no es un trámite.
En ocasiones, surge un estilo. El estilo de un sujeto, o sea la marca de lo real en su discurso. Qué es lo que hace frente a la falta en el Otro.
Un analizante, enuncia, casi como un postulado lógico:
“Yo era.
Yo tenía.
Yo poseía.
Yo, poesía.
Cuando perdí
lo que poseía
me hice
poesía.”
Escribir es soltar al fantasma al que se abrazaba, para dejar abrasar al fantasma. Es ir más allá del vel. Es una decisión.
Por algo será que escribir rima con vivir.
“La escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.”(M. Duras)[25]
Pero esencial y fundamentalmente, escribir no es posible sin la lectura.
Lectura de los rasgos más profundos y superficiales, más íntimos y propios, esos rasgos que rasguñan y desgarran, que agarran. Rasgos que piden a gritos ser leídos, suplicando ser escritos.
Escribir¿ no puede ser también un nombre del deseo?.
1-Kundera, Milan. La inmortalidad . Tusquets editores. España. 1993. pág
2- Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de su poder.” Escritos 2. Siglo Veintiuno ed. México. 1984, pág. 567-575
[2] -.ídem 2 pag.596
[3] - Ídem 2 pag. 567
[4] -Ídem 2, pág. 568
[5] -Ídem 2, pág. 621
[6] -
[7] - Couso, Osvaldo. “Sonido y sentido II: La música de la metáfora”, en Formulaciones de lo ignorado. Ed. Lazos, Buenos Aires, 2001, pág. 131
[8] - - Lacan, Jacques. El seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed. ; Buenos Aires, 19--; pág
[9] -Staude Sergio “El deseo y el lazo social. Los tiempos del fantasma” en Hay relación social, Ed. , Buenos Aires, Año 1998, Pág. 63
[10] - Pommier, Gerard. El desenlace de un análisis. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires. 1996. pág. 71
[11] -González, Oscar, Del amor al padre a la lectura , conferencia inédita, dictada en Cuestiones Clínicas, - - 1999
[12] - González, Oscar. Del amor al padre a la lectura, inédito
[13] -Strauss, Marc......en La envoltura formal del síntoma,
[14] -Ídem 1
[15] -Idem 14, Página
[16]- Tribastone Roberto, Nº 3 de la Revista hèRèSIe, en el Editorial, pág.3
[17]-Lacan, Jacques
[18] -
[19] -Ídem 10
[20] -Ídem 10
[21]- Ídem 10, pág.
[22]-Ídem 10, pág.
[23]- Ídem 10, pág 136
[24]- Duras, Margarite. Escribir. Editorial Tusquets, Barcelona, 19--
( La decadencia es un lujo que consiste en poder atravesar infiernos sin sentir peligros de condena( Rosario Blefari, Pagina 30- teoría del ocaso)
[25]- Ídem 27, pág.56
Roberto Tribastone
“...Hay mucha gente, pocas ideas
¿cómo haremos para diferenciarnos unos de otros?...”
(M. Kundera, La inmortalidad.) 1
Una posición incómoda
Acuerdo con Milan Kundera, hay pocas ideas. Se habla mucho, pero se dice poco. Es muy difícil decir algo original, novedoso, que sorprenda. Aún así hablamos, escribimos, y de vez en cuando se nos escapa alguna idea. Si a partir de este escrito, si al menos pude expresar una idea, estaré conforme. Si no es así, bueno, es lo que suele pasar.Voy a comenzar con una serie de citas de Lacan, que no son nada novedosas.
“El analista haría mejor ubicarse por su carencia en ser que por su ser... Analista, su temor no es el error, sino de la ignorancia, su gusto no es satisfacer sino decepcionar, su necesidad no es gobernar, sino estar por encima...[1]
El analista es ese hombre al que se le habla libremente. Está ahí para eso.” [2]
“En el depósito de fondos de la empresa común, el paciente no es el único que con sus dificultades pone la cuota. El analista también debe pagar:
-con palabras, ....si se elevan a un efecto de interpretación.
-con su persona. Diga lo que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia.” [3]
“En el manejo de la transferencia, la libertad del analista queda enajenada por el desdoblamiento que sufre su persona. Es allí donde hay que buscar el secreto de un análisis.” [4]
“...Se trata de captar el deseo, y sólo se lo puede captar a la letra... [5]
“El sentido último de la palabra del sujeto frente al analista, es su relación existente ante el objeto de su deseo.” [6]
El texto donde Lacan dice esto, lo llamó La dirección de la cura y los principios de su poder. Da cuenta de la incómoda posición del analista. Tiene que pagar, su libertad está enajenada, sufre desdoblamiento de su persona, se debe despojar de su ser, ubicarse por su carencia en ser.
El analista, al dirigir una cura, no está como sujeto. Sin embargo, sólo por haberse reconocido como sujeto, en el transcurso de su análisis personal, y por vérselas con su propio deseo es que en algún momento advino analista.
Este posicionamiento, este lugar del muerto que el analista encarna, lo lleva a soportar el vacío que el deseo del analista implica, y no es sin consecuencias para el sujeto en cuestión. ¿ Qué puede hacer con eso?.
Algunos pacientes dicen sin vueltas: “vengo a sacarme la mierda de encima... a vomitar mis dolores”. El analista queda como depositario de las excreciones de sus analizantes. A partir de mi experiencia, me animo a afirmar que no conviene quedarse con los restos, puede ser peligroso. Nuevamente la pregunta ¿ qué se puede hacer con eso?.
Curiosamente, cuando en un análisis se lee la letra, si bien puede resultar doloroso para el analizante, finalmente libera, alivia del dolor y del padecimiento.
Letra es el borde de lo real. Es lo más real a lo que podemos llegar en un análisis.
Pero, ¿Qué es la falta? ¿Qué se puede hacer ante la falta?. Lo más frecuente, es angustiarse. No es raro renegar de ella. Alguno puede llegar a demandar un análisis, otros más extremistas quizás lleguen a intentar un suicidio, pero también, existe la posibilidad, luego de un recorrido de análisis de que promueva el deseo.
El fantasma
El goce fálico es el goce de la palabra, se adquiere con el habla. Es el goce del bla bla. La angustia se descomprime hablando, es como una máquina de extraer goce, pero con eso no alcanza.
La marca que viene del Otro, del lenguaje, que golpea al infans, le deja una marca que es mortificante. La muerte entra en el cuerpo por el significante. El sujeto porta un mensaje que no puede leer, no está a disposición de él. La muerte que ingresa por el significante, es la muerte que mortifica la carne. Es por este proceso que se desea.
La repetición significante, va a marcar en el cuerpo un lugar de pérdida: un agujero, la castración. ¿ qué es el lugar de pérdida?¿ cómo lo abordamos?. Y otra vez ¿ qué hacemos con él?
Es necesario hacer una mínima diferencia entre el agujero y la falta. El agujero es de estructura. El conjunto de elementos simbólicos, de significantes, presentan un agujero. La falta, ya afecta a un sujeto, cómo está implicado con el agujero, y es lo que posibilita el pasaje al deseo. El sujeto sólo es deseante cuando está barrado, atravesado por la falta.
Ese lugar de pérdida es donde la muerte, a través del significante, estuvo haciendo un agujero. Hay algo que está perdido.
“La metáfora paterna hace entrar en el significante la falla de la respuesta del Otro, a la que da un significado. Aporta significantes y aparta al infans de lo real en forma bastante estable. Pero lo complejo del nombre y de la función de nominación es que el nombre nombra, lleva un real al campo de la palabra, pero a su vez ese campo aparecerá siempre herido, marcado de insuficiencia. Esto es así, porque por estructura lo real no puede ser apresado por lo simbólico; y sin embargo el nombrar capta algo de ese real, pero lo hace deficientemente, no sin que algo no entre a ese simbólico”. [7]
Pero si alguien se topó con un agujero, es que el fantasma tambaleó, titubeó. No alcanzó como velo. Una de las formas de pensar el fantasma, es como una pantalla, y la pantalla tiene que ver con el padre. Recordemos que no hay nada más auténtico que el amor al padre, pero no se puede amar al padre sin recibir lo peor de él.
“ El plano del fantasma funciona en relación con lo real. Lo real es soporte del fantasma, el fantasma protege a lo real”. [8] ¿Será por eso que Lacan dice que los dioses pertenecen al campo de lo real.?
Cuando el neurótico se hace ser en su fantasma, se protege de la angustia, queda momentáneamente coagulado en certezas, y en definitiva sigue gozando y está cómodo.
“El fantasma no deviene letra sino media una lectura, pero eso implica que no hay letra sin el atravesamiento de un trabajo de duelo, que es la contracara de la construcción del fantasma.” [9] Esa lectura no se hace de una vez para siempre, es una tarea a realizarse luego de la construcción del fantasma. Se me ocurre que hacer tal lectura, implica un comienzo en el atravesamiento del fantasma.
¿Qué relación hay entre el fantasma, el padre, el deseo y la alienación.? ¿Cómo entra en juego la escritura en la vacilación fantasmática, el atravesamiento del fantasma y el fin de análisis? .¿ Fin de análisis coincide necesariamente con el pase?. Estas preguntas exceden los alcances de este trabajo, pero al enunciarlas, me compromete a seguir trabajándolas en otro momento.
“El fin del análisis recae sobre la causa del deseo, sobre el fantasma y no tiene en sí nada de terapéutico. Por lo tanto, el fin lógico no significa la curación... Aquel que “termina” por completo puede volver a presentar cada tanto diferentes síntomas”. [10]
Bienaventurados los que están en el fondo del pozo, pues de allí en adelante sólo cabe ir mejorando, canta Serrat. Algo de esto debe suceder en un análisis, tocar fondo, sentir que no se puede más, quedar exhausto de tanta angustia. Hay que pasar por ahí, pero no quedarse ahí.
El deseo, ¿cielo o infierno?
Me atraen los conceptos de cielo y de infierno para intentar articular mínimamente el goce y el deseo, el fantasma y su atravesamiento, el ser y el des-ser, el lugar del padre y el lugar del hijo.
El des-ser, ¿sólo aparece al final del análisis?¿implica un atravesamiento del fantasma?¿el fantasma sólo se atraviesa al final de un análisis?¿ horadar el fantasma, es una forma de atravesarlo?, ¿es una vacilación fantasmática?¿cuál es la diferencia?. El des-ser, ¿deja de ser qué?. Estas, son otras preguntas que me hago en este momento, pero también exceden las pretensiones de este escrito.
El deseo del hombre es el infierno, quien no desee esto, resiste. Es una de las lecturas que Lacan hace del epígrafe que Freud eligió para “La Interpretación de los sueños”: Fléctere si nequeo superos, acheronta movebo. Si no puedo mover a los dioses de los cielos, conmoveré a los del infierno. El deseo, el horizonte en una cura psicoanalítica, es llamado por Lacan, como infierno. ¿por qué será?¿ qué tendrá de infernal el deseo?. Infierno y cielo, son inseparables, no podría existir uno sin otro. Es como todos los opuestos. No se puede hablar de vida sin hablar de muerte. Cito a un analizante, devenido poeta, a partir de su trabajo de análisis:
“ ...Cómo valorar la vida
si no la contrasto con el fin
contraste fundamental
que da sentido a la existencia.
Pensando en mi muerte,
sufrí en mi vida,
callando mi dolor
se me escapó un grito,
escuchado en mi angustia.
Luchando por no morir
sacrifiqué mi vida,
y de esa inmolación,
el Otro ni se enteró.”
En el discurso cotidiano, gozar es bueno, desear es malo. Cuando nuestro equipo de fútbol le gana al rival de siempre, solemos decir: como gocé. Un verdadero placer. En ese plano, goce es lo mismo que placer.
Semanas pasadas me tocó vivir una escena cotidiana, donde un bebé de menos de 5 meses, quien aún no había probado alimentos sólidos, seguía con su mirada atentamente, los bocados que su padre se llevaba a la boca. Alguien que observaba le reprochó al padre:” Pobre bebé, ¡ lo hacés desear!.” ¡Un padre malvado que hace desear a su hijo!.
Asumir el deseo es una tarea ética, que no es sin consecuencias. El acceso al deseo se paga con algo. Con la castración, dirá Freud. La ética enfrenta al sujeto con su deseo, cómo en el acto, el sujeto asume el deseo. No hay Otro que garantice su operatoria. Transita el desamparo absoluto. [11]
¿Qué misteriosa fuerza lleva a un sujeto en análisis a renunciar a la comodidad, la seguridad y garantías presuntas, pero también monotonía del paraíso prometido, para vivir en el infierno de la pasión y la in-ser-ti-dumbre?. Qué desea, lo mueve.
Volvamos a la paradoja del cielo y del infierno, que bien se podría entrecruzar con el Bien y el Mal, el goce, el deseo y la herejía. Pero tal articulación merecería
un trabajo aparte.
El deseo del hombre es el infierno. Desde el sentido común nadie elegiría al infierno. Sin embargo, quien avanza en su análisis, se va acercando a ese “infierno”. La herejía no lo es para el sujeto mismo. En el momento del acto, en ese instante, el sujeto da cuenta de una posición ética. Atraviesa la barrera del Otro. Si bien para el sujeto, un acto no es nada escandaloso, puede serlo para el Otro. Lo que para uno es ético, para el Otro puede ser escandalosamente herético. En ese instante, caen los ideales, queda el sujeto solo con su hiancia y marca para él un antes y un después. Tras el acto, el sujeto ya no es el mismo. Hereje es aquel que corre el riesgo de salir bajo las sombras del padre, es el que va más allá de su padre. [12]
No hay Otro ni lo habrá. Al final del camino nos espera la muerte, tendremos que vernos con la nada, el vacío, el infinito. Es desagradable la idea, pero es real.
En ese aspecto no hay decisión posible. Lo que si puede decidir un sujeto, es de qué modo se posiciona ante eso.
Si el sujeto no queda tomado por la inacción, el miedo, la angustia y la búsqueda de garantías, si soporta el desamparo, puede apostar a la vida. Por que el deseo es llevado por la muerte, por que al final la muerte gana, vale la pena ( no es sin dolor) apostar al deseo. Y allí el sujeto podrá decir: quiero más, por que sé que algún día, muy lejano o muy cercano, ya no podré más.
¿Qué beneficio encontraría quién apueste al deseo?. ¿Podrá alcanzar la felicidad?. ¿Sería alguien más capaz que los otros, para afrontar la vida?....
El psicoanálisis no tiende a completar en el punto de falta, si no a encontrar algo del deseo, a pesar de la frustración, a condición de atravesar la angustia.
El psicoanálisis no es para conocerse mejor, pero tal vez permita ir más allá del destino. Lo que quizás el sujeto no sepa, es que lo que cura del destino, es el deseo. Un deseo singular de cada sujeto. Una forma de crecer, es asumir el deseo, no uniformizante, singular, efecto de un propio recorrido, con sus propias marcas.
Quien sufre por su destino es responsable de su padecer, en tanto él ha consentido un lugar respecto del deseo del Otro, con el goce concomitante.
Tampoco sirve para ser feliz. “Producir lo incurable de la falta en el Otro, advertir lo incurable del sexo, hacer pasar el goce al decir para aprender a obrar con él es la tarea del análisis, que equivale a separar a ese sujeto de ese goce, sin quedar en paz por ello con lo real.”[13]
En el atravesamiento del fantasma, en el fin de análisis, hay un sujeto que vivió la pasión en su punto real. Recordemos que la pasión es “ aquello por lo cual el hombre está abierto a esta división consigo mismo.”[14]
Quizá el “beneficio” de alguien analizado, sería un saber acerca de la falta de garantías, que sabe que no alcanzó ni jamás alcanzará la perfección.
Es alguien advertido y de alguna manera “es más fuerte por que convirtió su debilidad en arma”[15]
Por que tanto el analista como el analizante avanzado, no están en paz con lo real, escriben.
La escritura de un analista
Todos conocemos el famoso trípode de la formación del analista propuesto por Freud: el análisis personal, la supervisión o análisis de control, y la formación teórica. Si alguien cumple con esos requisitos, ¿es un psicoanalista?.
Sabemos que para un analista, no será lo mismo analizarse o supervisar con un psicoanalista lacaniano, que con un kleiniano. Es posible que en función de lo anterior, determinará el camino que se recorra en la formación teórica.
Para aquellos que practicamos el psicoanálisis y que somos psicólogos, ¿quiénes son nuestros colegas? ¿los psicólogos o los analistas?. Todo aquel que se dice analista ¿ es analista?. Por otra parte ¿ se puede ser psicoanalista?.
Hablaba de la formación teórica, y esta remite a la lectura y el estudio de la literatura psicoanalítica, que es sumamente amplia. Entiendo que no sería desatinado agregar una cuarta pata en la formación de un analista: La escritura.
Hay preguntas que me formulo desde hace tiempo. ¿qué es escribir?¿ para qué se escribe? ¿para quién se escribe?¿qué es una escritura? ¿de qué modo se diferencia de un escrito? ¿ para qué sirve la escritura?.
No tengo respuestas. De todos modos, tengo algunas opiniones al respecto, las que intentaré exponer en el presente trabajo.
En una publicación dije[16] que quien traza unas palabrejas en una hoja en blanco, en el acto mismo, lo hace por él. No obstante no es lo mismo escribir para sí y guardarlo en un cajón que publicar eso que escribimos. Publicar es terminar, cerrar, concluir, pero también entregarlo al público. Esto implica exponerse, quedar expuestos.
Vale aclarar que cerrar y concluir no significa completud. Más bien implica algo de la incompletud. Por que hacer una presentación en unas Jornadas de psicoanálisis, una conferencia, un texto bajo el formato de revista, de libro, aun sabiendo de las limitaciones que posee esa producción, eso es una forma de soportar la falta, implica tolerar la hiancia como sujeto y los baches en la formación de ese analista.
Cuando alguien dedicado al psicoanálisis llega a producir un trabajo, lo hace movido por su deseo, dando cuenta de su recorrido hasta ese instante, expone su producción y él mismo queda expuesto. En lo que queda expuesto es en lo que puede generar diciendo lo que dice. Podría tratarse de un texto anodino que no genere más que indiferencia, quizá diga algo tan novedoso que provoque el disenso, pero también el elogio, la crítica constructiva, la admiración, el desmerecimiento despectivo, la consecución de prestigio o la pérdida de él.
Para los psicoanalistas, llega un momento en que es inevitable escribir.
Un analista que se posicione éticamente en su praxis, ¿puede dejar de dar cuenta de la misma? Podría ser por medio de un relato de un caso clínico. Tal vez hablando de su posición en la dirección de la cura o como entiende la transferencia, también podría hacerlo por medio de la teorización de la clínica o manifestando su idea de fin de análisis. En síntesis, creo necesario y fundamental, que quien se diga analista, se cuestione su quéhacer, la teoría, las vicisitudes de la clínica, y por qué no su propio análisis. Quizá eso era lo que Lacan quería decir con reinventar la clínica. Es cierto que el analista se autoriza a sí mismo y ante los demás. Pero eso no debe implicar un vale todo.
...”No estaría mal, quizá, que el analista dé cierto testimonio de que sabe qué es lo que hace...” .([17]) casi se tornaría en algo imperioso, si recordamos otra cita de Lacan: “¿Qué orden de verdad genera nuestra praxis?...(...)...¿Qué seguridad tenemos de que no estamos en la impostura?.” [18]
Es casi imposible recorrer el camino de la formación teórica sin recurrir a maestros. Se puede tener maestros, y hasta es necesario, se les puede suponer un saber, pero quien les hace reverencias los pone en lugar del Ideal, quedando el sujeto taponado, exaltando cada vez más al Otro, no barrándolo. Ubicar a los maestros en un el altar del saber, implica elevarlos a la posición de amo sabelotodo, omnipotente, es otra forma de preservar al padre. La producción se posterga, abundan las inhibiciones. O lo que se produce va dedicado a su amo. A mi criterio, esa es una dimensión del análisis interminable. En ese sentido, si el análisis se vuelve interminable, el psicoanálisis se convertiría casi en una religión. Si no hay lectura del sujeto, no habrá letra, sólo quedarían a su disposición, las marcas del Otro. Un sujeto así posicionado, sólo tendrá acceso a un saber dogmático.
Freud y Lacan son personajes paradigmáticos para los que nos dedicamos al psicoanálisis. Aunque paradigmático suene similcadente a dogmático, existen sustanciales diferencias entre uno y otro significantes. Pero algunos analistas parecen no notar la diferencia. Tal vez todo radique en que los dogmas tranquilizan. A mi gusto, demasiado.
¿Política del psicoanálisis o política en psicoanálisis?
Hay corrientes dentro del psicoanálisis que proclaman que quién quiera postularse como psicoanalista, debe cumplir con ciertos requisitos pautados por la propia institución. Un tiempo estipulado de antemano con un analista de mayor trayectoria, experiencia y prestigio, dedicar el tiempo exigido para la supervisión, con un supervisor designado por la institución, más el cupo Cierta cantidad de horas de estudio, como no podía ser menos, en la propia institución.
De este modo, se cumple el mandato freudiano del trípode en la formación del analista y se lo hace con la intención de seguir la letra del “viejo” Freud. Me parece escuchar ecolálicamente como en las iglesias católicas.
_ Es palabra de Freud.
- ¡ Te alabamos Señor!
Esta modalidad , se fundamenta en el tiempo cronológico...
Lacan habló de tiempos lógicos, y de alguna manera criticaba a los analistas que se basaban en el estilo tiempo cronológico.
En su tiempo fueron llamados post-freudianos. Sin embargo, el mismo Lacan, como todos los contemporáneos nuestros, también lo somos.
A mi criterio no sirve de mucho la distinción de post- freudianos, pero habría que diferenciar a los pre-lacanianos y post-lacanianos.
¿qué es un analista freudiano? ¿ y un lacaniano?. ¿se puede ser lacaniano sin ser freudiano?. Necesariamente hay que ser ano?
Dentro de los psicoanalistas lacanianos, están los que se presentan como los más lacanianos de todos. Los verdaderos lacanianos.
A estos no se les puede reprochar que privilegien el tiempo cronológico, todo lo contrario. Sin embargo, las sesiones, duran indefectiblemente y casi sin excepción, un puñado de minutos. Tiempo lógico, tiempo cronológico, apertura del inconsciente, ¿ y el tiempo subjetivo ¿y el caso por caso?¿ en qué perchero es colgada la singularidad?
La corriente de los embanderados como freudianos, dicen seguir al pie de la letra la palabra del Maestro, nuestro Padre psicoanalítico, son la ramificación de la institución creada por el gran Segismundo.
Los lacanianos a ultranza, pretenden imitar al pie de la letra el acto analítico postulado por Lacan, como si un acto pudiera imitarse. ¿Acaso no están haciendo dogmatismo?.
Sabemos que no es nada sencillo apartarse de los mandatos paternos. Parecen rebelarse al mandato del Padre ( Freud, padre del psicoanálisis), pretendiendo ir más allá de él, pero al mismo tiempo erigen otro que ocupa el lugar vacante, Lacan. Incómoda paradoja para quién quiera posicionarse como analista.
Habría que hacer una disquisición entre qué es dogmatismo, endiosar a una figura, idealizándola a tal punto que obture al sujeto deseante, y cuando hablamos de compartir postulados, teorías. Todo podría ser cuestionado, pero no todo lo es. Cada cuál sabrá qué es lo quiere cuestionar. Por que siguiendo algunas de las corrientes del psicoanálisis, estas son las que deciden qué es lo cuestionable y qué es lo transmisible.
Hay algunas preguntas que me hago desde hace tiempo pero no he encontrado eco entre los colegas al tratar de ponerlas a trabajar.
¿ Se puede hacer psicoanálisis si se cree en Dios? ¿Se puede decir psicoanalista alguien que venere al padre?. Cuando alguien se hace una pregunta, cuando puede enunciarla, es que ya tiene la respuesta, quizás aun no le resulte accesible. Tal vez sea el caso de la última pregunta.
Venérea al padre, que el padre se pudra.
Respecto a la primera pregunta, hay que responder que sí, que se puede. Muchos dicen hacerlo. No aceptarlo, sería quedar del lado de la renegación. Sería intentar negar lo evidente. Ahora bien, ¿cuáles serían las consecuencias en la dirección de las curas de esos supuestos analistas?
Cierta vez, una persona que dice hacer psicoanálisis, católica ella, seguidora de la liturgia cristiana con toda la parafernalia de estampitas y otros rituales, en un pedido de supervisión de una paciente histérica que ella atendía, con recursos para trabajar, me decía : “ Pero me asusta que vaya por esa vía, por que implicaría que cuestione al padre...cuando pasa eso, las consecuencias pueden ser terribles. “
Otra frase muy escuchada y que aun no sé qué quiere decir es: “ por que yo terminé varios análisis. “. Muchas veces parece que se equiparara a decir atravesé varios finales de análisis.
“cuando un analista no cae, indudablemente es el Padre el que no cae”( csf p80 j. Zuberman)
Tiene que llegar el momento en que un analista, como parte de su formación, pero esencialmente, a partir de su análisis personal, sea un irreverente. Que no haga reverencias.
Podría creerse que los analistas que escriben, lo hacen por el mero placer de hacerlo, por que los habita un deseo, subjetivo de escribir. Opino que además de eso, y debido a la incómoda posición que un analista debe soportar en su función, se ve impelido a escribir. No puede dejar de hacerlo.
El placer, dice Lacan, es conseguir un sufrimiento menor.
“Sólo quien ha escuchado los silencios de una noche estrellada, podrá buscar a los ladrones de la oscuridad”, fue una bellísima frase que escuché en una de las primeras Jornadas de Psicoanálisis a las que concurrí, ya no recuerdo quién la mencionó, si era de su autoría o si citaba a otro autor. Durante años, no la entendí, aunque de todos modos me emocionaba.
A mi entender, la escritura surge del mismo lugar del cuál irrumpe la angustia,donde el silencio se escucha, donde las palabras no alcanzan, allí donde el infinito se da la mano con la nada, en el preciso lugar donde se cae la máscara del ser. Acaso de allí brote una verdad, que no está dicha, que no está escrita. Ahí está lo real. De sus bordes habrá letra, a ser producida, a ser leída. Para apropiársela, habrá escritura.
Quizás todo analizante que lleve hasta últimas consecuencias su análisis, llegará hasta un punto en donde se tope con oscuras tinieblas, donde los telones comiencen haciéndose jirones hasta terminar por caer, y dejen el escenario desnudo, vacío. Que se entere que él ha sido, alternativamente, los actores, el autor, el guionista, el público, el productor y el director de sus escenas, novelas y películas, dichosas o desdichadas. Donde los fantasmas espesos y evanescentes empiecen a disiparse. Donde se vea cara a cara con el dolor de lo indecible y la impotencia ante la muerte. Pero donde las condenas del destino comiencen a perimirse, sean historia. Un pasaje del destino a la historia, es lo que permite la prescripción del destino.
Así, quizá el infierno ya no asuste tanto, incluso hasta sea preferido. Deseo y fantasma, verdad y saber, pasión e ignorancia, amor y odio, la voz y la mirada, y algo, que ya no es nada, se empiece a dibujar en letras que, en el mejor de los casos harán escritura.
La escritura pacifica y vivifica, aunque a veces escandalice y herejice, la escritura libera a los demonios más íntimos de cada quién, los deja salir, y esos demonios hablan. Y una vez que los demonios hablan ¿el sujeto se des-ata de (esos) monios?. Lo que creo es que la escritura es imposible sin esos de-monios. Y el hecho de liberarse de moños que atan y ornamentan, es una de las formas posibles de un acto.
“El acto hace ruptura en lo imaginario; su perspectiva es terminar con una alienación que es propia del logro del fantasma. El fantasma realiza el sueño, permite seguir durmiendo. El acto despierta, libera el lugar del sujeto con relación a un deseo vacío y hace aparecer su nombre” [19]
El autor es el efecto de su propio acto, él mismo se engendra “prescinde del nombre del padre aunque se sirve de él” [20].
“Cuanto más vayan a revelarse estos atolladeros (propios del acto), más advierte el sujeto que el análisis lo conduce a un punto contrario a aquello por lo cual llegó a él: el paciente comenzó el análisis para gozar plenamente, y en el momento en que la conclusión se acerca presiente la castración. Nada lo obliga a llegar hasta allí...aquel que hace, se hace: pintar engendra al pintor, escribir produce al escritor...” [21] “La obra fija el nombre, pacifica, da su valor a la deuda, se lleva consigo lo que el goce tiene de monstruoso.”[22]
Los últimos pasos que da un analizante dentro de su análisis, no implican ningún progreso, sino la posibilidad de Otro goce.
Lacan decía que él hacía el pase en su seminario. Escribir, ¿no podría ser otra forma posible de hacer el pase?. El pasaje de analizante a analista, lo que daría
cuenta de un fin de análisis, ya no ante un jurado de notables, sin la mediación de los pasantes, sino a partir del propio decir de ese analista, a través de sus creaciones, producciones o invenciones. Si esto fuese así, es inevitable escribir.
En realidad, si no es así, si la escritura no es aceptada como una vía válida para dar cuenta de un fin de análisis, de todos modos es inevitable escribir: por que la escritura no se busca, se encuentra.
Una tramitación que no es un trámite.
No saber qué escribir. Tampoco cómo hacerlo. La necesidad de escribir, pero elmiedo acechando. La pasión también. Un miedo apasionante, tal vez.
La descripción minuciosa, a mi gusto, no es escritura. Tampoco lo sería una escritura autobiográfica. Aunque es imposible la escritura sin la historia del autor.
Una historia que relate, que cuente, pero esencialmente, que diga.
“Cada cual reevalúa y rescribe su historia hasta el final de su vida, y hasta el fin de su vida proseguirá un diálogo ininterrumpido, tanto con los antepasados como con la descendencia” [23]
“Todo escribe a nuestro alrededor, eso es lo que hay que percibir, todo escribe.”
“....Desde el momento en que algo podría ser una escritura, ya lo es.”
“....Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue.
Eso o nada.
Escribir.
No puedo.
No se puede.
Hay que decirlo: nadie puede.
Y se escribe.”
(M.Duras, Escribir)[24]
Escribir no es sin la desesperación. Es por el desamparo que se escribe. Es con el desamparo.
Es por el miedo y es con el miedo.
Es por la soledad y es con la soledad.
Muchas veces se escribe desde el fantasma. Pero es de suponer que un analista escriba a partir de una vacilación del fantasma. Que tal vacilación no inhiba su escritura. De este modo, tal vez surja una escritura más valiosa, más auténtica, que le permita liberarse de sujeciones y ataduras.
Escribir, es despertar del sueño.
Cuando intentamos escribir nos enfrentamos con la página en blanco, convocamos a la inspiración, y esperamos. A veces nos toma, otras, sólo esperamos.
Escribir es decir. Es dejarse tomar por la palabra para apropiarse del propio decir. A la escritura, sólo hay que darle una mano.
Escribir es dejar marcas, a condición de leer las marcas.
Es arriesgarse, pues implica un movimiento, un avance, aunque no sin peligros.
Escribir es jugar un juego paradójico en el cual el autor cree poner reglas, pero está limitado y atravesado por ellas, pero al mismo tiempo se desatan ataduras.
Es inventar, es crear y dejar de creer. Es parir.
Escribir es pagar. Implica una pérdida, un desprendimiento, pero no a pura pérdida.
Escribir es dejar de vacilar, y hacer vacilar. Implica un vaciamiento que roza a un agujero pero que reconforta. Es curioso, hacerlo es incómodo, pero no se puede dejar de hacerlo. La escritura no se busca, se encuentra.
Escribir es caer por abismos efímeros, fugaces, o no tanto. Es también, convocar a los demonios, interrogarlos y hacerlos hablar.
Es una purga. Escribir, es el purgatorio de los neuróticos. Un purgatorio que no es la antesala del cielo, la vida eterna ni el idílico edén, es más bien el registro del paso por el infierno y el testimonio de su momentánea salida, en el acto mismo de la escritura.
Escribir es un misterio. Es enigma. Decididamente, es un engaño.
Es saber...que no hay garantías. Es tramitar el dolor, la angustia, la desesperación, los fantasmas, el miedo, la soledad, el desamparo; es tramitar los restos, la escoria, las marcas, la letra, pero no es un trámite.
En ocasiones, surge un estilo. El estilo de un sujeto, o sea la marca de lo real en su discurso. Qué es lo que hace frente a la falta en el Otro.
Un analizante, enuncia, casi como un postulado lógico:
“Yo era.
Yo tenía.
Yo poseía.
Yo, poesía.
Cuando perdí
lo que poseía
me hice
poesía.”
Escribir es soltar al fantasma al que se abrazaba, para dejar abrasar al fantasma. Es ir más allá del vel. Es una decisión.
Por algo será que escribir rima con vivir.
“La escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.”(M. Duras)[25]
Pero esencial y fundamentalmente, escribir no es posible sin la lectura.
Lectura de los rasgos más profundos y superficiales, más íntimos y propios, esos rasgos que rasguñan y desgarran, que agarran. Rasgos que piden a gritos ser leídos, suplicando ser escritos.
Escribir¿ no puede ser también un nombre del deseo?.
1-Kundera, Milan. La inmortalidad . Tusquets editores. España. 1993. pág
2- Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de su poder.” Escritos 2. Siglo Veintiuno ed. México. 1984, pág. 567-575
[2] -.ídem 2 pag.596
[3] - Ídem 2 pag. 567
[4] -Ídem 2, pág. 568
[5] -Ídem 2, pág. 621
[6] -
[7] - Couso, Osvaldo. “Sonido y sentido II: La música de la metáfora”, en Formulaciones de lo ignorado. Ed. Lazos, Buenos Aires, 2001, pág. 131
[8] - - Lacan, Jacques. El seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed. ; Buenos Aires, 19--; pág
[9] -Staude Sergio “El deseo y el lazo social. Los tiempos del fantasma” en Hay relación social, Ed. , Buenos Aires, Año 1998, Pág. 63
[10] - Pommier, Gerard. El desenlace de un análisis. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires. 1996. pág. 71
[11] -González, Oscar, Del amor al padre a la lectura , conferencia inédita, dictada en Cuestiones Clínicas, - - 1999
[12] - González, Oscar. Del amor al padre a la lectura, inédito
[13] -Strauss, Marc......en La envoltura formal del síntoma,
[14] -Ídem 1
[15] -Idem 14, Página
[16]- Tribastone Roberto, Nº 3 de la Revista hèRèSIe, en el Editorial, pág.3
[17]-Lacan, Jacques
[18] -
[19] -Ídem 10
[20] -Ídem 10
[21]- Ídem 10, pág.
[22]-Ídem 10, pág.
[23]- Ídem 10, pág 136
[24]- Duras, Margarite. Escribir. Editorial Tusquets, Barcelona, 19--
( La decadencia es un lujo que consiste en poder atravesar infiernos sin sentir peligros de condena( Rosario Blefari, Pagina 30- teoría del ocaso)
[25]- Ídem 27, pág.56
El padrecimiento-, Publicado en la revista Heresie de psicoanalisis
El padrecimiento
La Pared comenzaba a caer. Pedro estaba perplejo, titubeante, con temor.
Era una Pared enorme, muy sólida, sin fisuras, robusta y maciza, que le generaba numerosos y variados sentimientos, sensaciones y emociones.
Por un lado la Pared marcaba límites, prohibía pasar del otro lado pero lo habilitaba para moverse más acá. Pasar más allá, jamás se le había ocurrido.
Lo limitaba aunque él no se lo cuestionaba. Sentía su protección; su sola presencia hacía que se sintiera seguro. Ahora, a la distancia temporal y física, puede reconocer que fue su muro de Berlín, y como tal terminó: en escombros, en piedras. Era tan imponente para él que a su lado se sentía protegido pero insignificante.
En arquitectura, una Pared tiene muchas connotaciones. Conceptualmente es una construcción que se realiza para cerrar, delimitar un espacio, y articulada con otras partes de la estructura, sostener el techo. Hay algunas variantes: bajas, altas, finas, gruesas, tabiques, muros, paredes portantes, paredones, paredcitas, pseudoparedes. Las paredes deben apoyarse sobre bases, cimientos, sobre una estructuras que hace de soporte a cada parte. Los cimientos están enterrados, bajo tierra ( ¡ como los muertos! ), y la superficie en la cual se apoya una Pared es el encadenado.
Una vez erigida la pared, son necesarios una serie de trabajos para su terminación. Tiempos de revoque, de enlucido y fortalecimiento, de aislamiento hidrófugo, térmico y acústico. Esta última se hace para tratar de impedir que se escuchen los sonidos desagradables.
A medida que el tiempo pasaba, y pasaban cosas en su vida, Pedro veía con pesar que la Pared comenzaba a descascararse. Los revoques se agrietaba, la solidez se veía amenazada, y él, se angustiaba. Sentía ganas de asomarse del otro lado, pero al subir la escalera no se animaba a mirar. La posibilidad de transgredir lo establecido le resultaba ambigua: quería hacerlo pero temía. Por eso, subía de a poco unas hiladas de ladrillos para no transgredir cuando se tentara. Aumentaba sus dimensiones, reparaba los revoques, pintaba la fachada, le hacía ornamentos, decorándolos cada vez más.
La Pared que en principio era un muro, se empezaba a multiplicar. Se convertía en un laberinto de paredes, sin salida, y además empezaba a techarse; el techo cada vez más bajo, una puerta cerrada, con una pequeña ventana ciega, con un frío abrumador. Era un clima asfixiante. Fue tanto el trabajo que puso en esa Pared que ya no recuerda cómo era en su origen.
Una cosa es delimitar y otra diferente es limitar.
Era una Pared que se construyó para impedir el dolor, para impedir la angustia, para impedir el sufrimiento: una Pared para impedir.
Cuando en sueños Pedro se encontraba con una Pared ruinosa que empezaba a caer, lo invadía la desolación. Se preguntaba:
-“¿ Qué sería de mí sin la Pared?”
Soledad y desamparo veía en el horizonte. Curiosamente no se daba cuenta de que sin la Pared podría ver el horizonte, y aunque nunca se lo alcanza, la visión es mucho más amplia.
Una Pared tan sobredimensionada y adornada hasta el exceso, cobra apariencia de monumento, de efigie, de un bastión conmemorativo que sólo permite, parafraseando a Serrat, disfrutar de “las sombras que en las tardes da una Pared”. Soñaba con vagabundear pero aunque mucho se quejaba, es claro que aún no estaba harto. La Pared que paciente y esmeradamente construyó, daba sombras, y bajo sus sombras él se ocultaba.
Fue necesario que la Pared estuviera allí, fundamental, básica y estructural. No era necesario fortificarla, aunque él creía que si...él creía....tiempos de creer en la Pared, de creer en el Padre, de creer en Dios. Sin darse cuenta, así empezaba a armar su particular religión.
De este lado de la Pared hay un destino presignado, sin variantes, relativamente seguro pero monótono, que reduce las posibilidades pero que generalmente resulta más cómodo.
Del otro lado de la Pared hay un destino que no lo designa Dios, no hay Dios, es él, Pedro, el sujeto en cuestión, quien debe responsabilizarse por su destino; y de eso él nada quiso saber, y muy poco supo hasta que supo de la nada.
El todo y el infinito se daban la mano con la nada. Nada más parecido al infinito que la muerte. El mero hecho de pensarlo le helaba la sangre, lo detenía y lo retenía. Tenía las herramientas y los medios pero no la decisión. Faltaba un paso, sólo un paso, pero no podía darlo.
“_Temo por que deseo”, decía, y el temor era más fuerte que el deseo.
Temía su deseo y temía a la Pared, a la que convirtió en su tótem y tabú. Tabú por peligroso, sagrado, prohibido, impuro; conceptos opuestos y superpuestos. Tótem, en el sentido de un animal comestible, también peligroso y temido que se hallaba en una particular relación con él. Es un antepasado. Su propio origen remite a él.
La incorporación, ( meter en su cuerpo), de una piedra, restos de una pared caída, tuvo valor de comunión. Fue como comulgar con una hostia pesada.
Estaba coagulado en el cimiento de la Pared, en el pared-cimiento, entre el parecimiento y el padrecimiento estaba encadenado: a él, el Padre, se parecía, y a él, el Padre, padecía, y no quería darse cuenta que en ese acto, él, Pedro, el sujeto, perecía.
La vida se la hacía difícil, casi insoportable. Lo que cuesta vale, había escuchado, y de eso hizo una religión. Aunque no se lo dijera sabía que su Padre se sentiría orgulloso por su particular forma de enfrentarse a la adversidad. En esa postura se sentía valiente, realizando un acto heroico y no se daba cuenta que él mismo era el creador de sus adversidades. Suponía que amar al Padre ante todo, era un acto de coraje. Y lo confesaba sin pruritos:
“_En estos momentos de flaquezas, me encuentro con mi temor al su(i)cidio; su muerte, su asesinato( por mí), sería un suicidio, para mí. Junto a la muerte del Padre, yo moriría. Por eso yo estuve en el lugar del Salvador, que daba la vida por el Padre”.
Quedaron piedras por todas partes. Las piedras son los restos de una pared caída. Hace rato que cayó y él negaba que hubiese caído. Como buen neurótico se tropezó vez a vez con distintas piedras. Al principio del final pudo pasarles por el costado, pudo ver las piedras antes de tropezar. Luego pudo removerlas; aún le queda valerse de esas piedras, restos de una Pared caída que él solidificó, sobredimensionó y tuvo que soportar como los cimientos. Él fue sus cimientos, fue el padrecimiento, el padecimiento de ser el cimiento del padre. No fue sin dolor. Hubo angustias y dudas. Si hay piedras, es que la Pared ya no es tal, él la deconstruyó. Piedras que le corresponden, que le pertenecen y que cuando sea necesario, podrá contar con ellas. Ahora le resta levantar la vista, mirar para adelante y sacar la mirada de las piedras en el piso, pues igual con la mirada al frente se ve el piso pero también el cielo, que ahora está despejado, de nubes fantasmagóricas y de Dios.
La Pared comenzaba a caer. Pedro estaba perplejo, titubeante, con temor.
Era una Pared enorme, muy sólida, sin fisuras, robusta y maciza, que le generaba numerosos y variados sentimientos, sensaciones y emociones.
Por un lado la Pared marcaba límites, prohibía pasar del otro lado pero lo habilitaba para moverse más acá. Pasar más allá, jamás se le había ocurrido.
Lo limitaba aunque él no se lo cuestionaba. Sentía su protección; su sola presencia hacía que se sintiera seguro. Ahora, a la distancia temporal y física, puede reconocer que fue su muro de Berlín, y como tal terminó: en escombros, en piedras. Era tan imponente para él que a su lado se sentía protegido pero insignificante.
En arquitectura, una Pared tiene muchas connotaciones. Conceptualmente es una construcción que se realiza para cerrar, delimitar un espacio, y articulada con otras partes de la estructura, sostener el techo. Hay algunas variantes: bajas, altas, finas, gruesas, tabiques, muros, paredes portantes, paredones, paredcitas, pseudoparedes. Las paredes deben apoyarse sobre bases, cimientos, sobre una estructuras que hace de soporte a cada parte. Los cimientos están enterrados, bajo tierra ( ¡ como los muertos! ), y la superficie en la cual se apoya una Pared es el encadenado.
Una vez erigida la pared, son necesarios una serie de trabajos para su terminación. Tiempos de revoque, de enlucido y fortalecimiento, de aislamiento hidrófugo, térmico y acústico. Esta última se hace para tratar de impedir que se escuchen los sonidos desagradables.
A medida que el tiempo pasaba, y pasaban cosas en su vida, Pedro veía con pesar que la Pared comenzaba a descascararse. Los revoques se agrietaba, la solidez se veía amenazada, y él, se angustiaba. Sentía ganas de asomarse del otro lado, pero al subir la escalera no se animaba a mirar. La posibilidad de transgredir lo establecido le resultaba ambigua: quería hacerlo pero temía. Por eso, subía de a poco unas hiladas de ladrillos para no transgredir cuando se tentara. Aumentaba sus dimensiones, reparaba los revoques, pintaba la fachada, le hacía ornamentos, decorándolos cada vez más.
La Pared que en principio era un muro, se empezaba a multiplicar. Se convertía en un laberinto de paredes, sin salida, y además empezaba a techarse; el techo cada vez más bajo, una puerta cerrada, con una pequeña ventana ciega, con un frío abrumador. Era un clima asfixiante. Fue tanto el trabajo que puso en esa Pared que ya no recuerda cómo era en su origen.
Una cosa es delimitar y otra diferente es limitar.
Era una Pared que se construyó para impedir el dolor, para impedir la angustia, para impedir el sufrimiento: una Pared para impedir.
Cuando en sueños Pedro se encontraba con una Pared ruinosa que empezaba a caer, lo invadía la desolación. Se preguntaba:
-“¿ Qué sería de mí sin la Pared?”
Soledad y desamparo veía en el horizonte. Curiosamente no se daba cuenta de que sin la Pared podría ver el horizonte, y aunque nunca se lo alcanza, la visión es mucho más amplia.
Una Pared tan sobredimensionada y adornada hasta el exceso, cobra apariencia de monumento, de efigie, de un bastión conmemorativo que sólo permite, parafraseando a Serrat, disfrutar de “las sombras que en las tardes da una Pared”. Soñaba con vagabundear pero aunque mucho se quejaba, es claro que aún no estaba harto. La Pared que paciente y esmeradamente construyó, daba sombras, y bajo sus sombras él se ocultaba.
Fue necesario que la Pared estuviera allí, fundamental, básica y estructural. No era necesario fortificarla, aunque él creía que si...él creía....tiempos de creer en la Pared, de creer en el Padre, de creer en Dios. Sin darse cuenta, así empezaba a armar su particular religión.
De este lado de la Pared hay un destino presignado, sin variantes, relativamente seguro pero monótono, que reduce las posibilidades pero que generalmente resulta más cómodo.
Del otro lado de la Pared hay un destino que no lo designa Dios, no hay Dios, es él, Pedro, el sujeto en cuestión, quien debe responsabilizarse por su destino; y de eso él nada quiso saber, y muy poco supo hasta que supo de la nada.
El todo y el infinito se daban la mano con la nada. Nada más parecido al infinito que la muerte. El mero hecho de pensarlo le helaba la sangre, lo detenía y lo retenía. Tenía las herramientas y los medios pero no la decisión. Faltaba un paso, sólo un paso, pero no podía darlo.
“_Temo por que deseo”, decía, y el temor era más fuerte que el deseo.
Temía su deseo y temía a la Pared, a la que convirtió en su tótem y tabú. Tabú por peligroso, sagrado, prohibido, impuro; conceptos opuestos y superpuestos. Tótem, en el sentido de un animal comestible, también peligroso y temido que se hallaba en una particular relación con él. Es un antepasado. Su propio origen remite a él.
La incorporación, ( meter en su cuerpo), de una piedra, restos de una pared caída, tuvo valor de comunión. Fue como comulgar con una hostia pesada.
Estaba coagulado en el cimiento de la Pared, en el pared-cimiento, entre el parecimiento y el padrecimiento estaba encadenado: a él, el Padre, se parecía, y a él, el Padre, padecía, y no quería darse cuenta que en ese acto, él, Pedro, el sujeto, perecía.
La vida se la hacía difícil, casi insoportable. Lo que cuesta vale, había escuchado, y de eso hizo una religión. Aunque no se lo dijera sabía que su Padre se sentiría orgulloso por su particular forma de enfrentarse a la adversidad. En esa postura se sentía valiente, realizando un acto heroico y no se daba cuenta que él mismo era el creador de sus adversidades. Suponía que amar al Padre ante todo, era un acto de coraje. Y lo confesaba sin pruritos:
“_En estos momentos de flaquezas, me encuentro con mi temor al su(i)cidio; su muerte, su asesinato( por mí), sería un suicidio, para mí. Junto a la muerte del Padre, yo moriría. Por eso yo estuve en el lugar del Salvador, que daba la vida por el Padre”.
Quedaron piedras por todas partes. Las piedras son los restos de una pared caída. Hace rato que cayó y él negaba que hubiese caído. Como buen neurótico se tropezó vez a vez con distintas piedras. Al principio del final pudo pasarles por el costado, pudo ver las piedras antes de tropezar. Luego pudo removerlas; aún le queda valerse de esas piedras, restos de una Pared caída que él solidificó, sobredimensionó y tuvo que soportar como los cimientos. Él fue sus cimientos, fue el padrecimiento, el padecimiento de ser el cimiento del padre. No fue sin dolor. Hubo angustias y dudas. Si hay piedras, es que la Pared ya no es tal, él la deconstruyó. Piedras que le corresponden, que le pertenecen y que cuando sea necesario, podrá contar con ellas. Ahora le resta levantar la vista, mirar para adelante y sacar la mirada de las piedras en el piso, pues igual con la mirada al frente se ve el piso pero también el cielo, que ahora está despejado, de nubes fantasmagóricas y de Dios.
La moribunda
La moribunda
De mí se han dicho cosas muy lindas, maravillosas. De mis hijos no, todo lo contrario. Los hijos de otras madres nunca aceptaron a los míos. Ellos dicen que es por envidia. Los otros afirman que tal respuesta confirma una soberbia sin límites. No sé quién tiene la razón. Lo que creo, y me duele admitirlo, es que si mis hijos no son queridos en la exogamia, si son mirados con desconfianza, es por todo lo que me hicieron a mí, su propia madre. Nunca me cuidaron, me maltrataron, me vejaron, me robaron, me prostituyeron sin consultarme, se endeudaron en mi nombre y ahora soy yo la que debe pagar por sus tropelías.
Mi mirada está triste, cansada y abatida, pero aun puedo ver cielos claros, enormes mares, torrentosos ríos, pintorescas y variadas montañas y tupidos bosques. Sé de calores abrumadores, fríos inclementes y la calma tibieza de lo templado.
En mis tiempos de riqueza viví en la opulencia. Mis capataces, los que trabajaban para mí, contrataban artistas extranjeros para que me dejaran sus producciones. Escultores, arquitectos e ingenieros principalmente, construyeron obras de gran belleza, aunque quizás sin un estilo definido, demasiado ecléctico dicen algunos.
Debo decir que he sido muy generosa, sobre todo con mis visitantes. Dormía con las puertas abiertas, no hacía preguntas incómodas, era muy flexible. Varios miles de personas acudieron a mí, buscando desde cobijo hasta un plato de comida. Casi todos al verme, lograban paz y tranquilidad y quedaban extasiados con mi rústica belleza de antaño.
Nunca supe decir que no. Gustosa recibía a todos los que quisieran venir a mí. El rumor circuló velozmente y empezó a llegar gente de todos los rincones del mundo. La mayor parte de ellos, hoy son parte de mi familia, los adopté como hijos propios, como también a los hijos de sus hijos, y a los hijos de éstos también.
Como no discriminaba, entraron personas de todas las clases, lindos y feos, cultos e incultos, decentes y delincuentes. Pero lo que pocas veces he admitido, es que la amplia mayoría, era gente que no tenía un lugar en su lugar de origen, que vivía mal; eran los marginales.
Por aquellos tiempos, los de mi esplendor, los que venían a mi terruño eran de algún modo variados, pero se destacaban gente de tez clara. Hace largo rato que dejaron de venir. Desde que entré en la fase terminal de mi enfermedad, hasta mis hijos me abandonan.
Estoy en un lugar alejado, medio perdido en el mundo, lejos de la real civilización, pero siempre miré a Europa. Tal vez mi gran error fue saberme sudamericana( ¡qué feo que me suena!) pero pretenderme europea, y además habérmelo creído. Quizás mis hijos se reflejaron en esa postura mía y sin darme cuenta les transmití mis más íntimas frustraciones.
Mi nombre es poético. Sí que lo es. No está muy claro quién me lo puso, quién lo eligió para mí. Sólo conozco una versión: mis nominantes anhelaban, deseaban para mí un futuro de riqueza. Esperaban que resultara una fértil e inagotable madre de valiosos hijos, adornada con suntuosas joyas.
Quizás por eso desde el mismo instante en que me llamaron por mi nombre, todo el mundo creyó que era millonaria o que cómodamente podría serlo. Es cierto que durante un breve período fui rica. Pero me confundí las metas. Creí que por haber llegado al podio estaba todo hecho. No supe ni pude mantenerme. Es muy poco probable que en un futuro pueda recobrar mi fugaz grandeza. Hasta está lejano alcanzar el enorme potencial que se me auguraba. Además, mi salud está tan frágil que no sería osado afirmar que ya no tengo futuro.
Desde el momento en que Don Juan Díaz entró sin golpear a mis puertas, paradójicamente en un mismo acto fue el primero en violarme y al mismo tiempo me dio vida. En realidad cambió mi vida para siempre. Incontables años después de aquella vejación, hoy estoy grave, muy grave. Me han sacado las entrañas y no sé adónde voy. Tal vez los médicos no me dejan morir del todo para exprimirme un poco más. Lo que sé es que así no puedo seguir más...mis hijos...me duele por ellos. Por lo que me hicieron a mí, y lo que se hicieron entre ellos.
Hubo tiempos en que mis tierras se poblaron de fábricas activas, humeantes de producción. Que diferentes son los aires que hoy respiramos, de un humo de destrucción, de un veneno mortífero, es un humo ruinoso y apocalíptico de un país devastado, arruinado, vencido y sin futuro.
Los que creen en Dios dicen que los que me hicieron esto, los que me destrozaron la vida, los que me dejaron moribunda y abandonada, serán juzgados, que en la otra vida pagarán por sus salvajadas.
Lo que más me indigna, es que cuando se hace un intento de juzgarlos con la Justicia de los hombres, invariablemente quedan absueltos, apelando a una frase tan verdadera como desimplicada, lo que la convierte en un mazazo en la cabeza.
Ellos dicen: -¿Yo?...argentino.
De mí se han dicho cosas muy lindas, maravillosas. De mis hijos no, todo lo contrario. Los hijos de otras madres nunca aceptaron a los míos. Ellos dicen que es por envidia. Los otros afirman que tal respuesta confirma una soberbia sin límites. No sé quién tiene la razón. Lo que creo, y me duele admitirlo, es que si mis hijos no son queridos en la exogamia, si son mirados con desconfianza, es por todo lo que me hicieron a mí, su propia madre. Nunca me cuidaron, me maltrataron, me vejaron, me robaron, me prostituyeron sin consultarme, se endeudaron en mi nombre y ahora soy yo la que debe pagar por sus tropelías.
Mi mirada está triste, cansada y abatida, pero aun puedo ver cielos claros, enormes mares, torrentosos ríos, pintorescas y variadas montañas y tupidos bosques. Sé de calores abrumadores, fríos inclementes y la calma tibieza de lo templado.
En mis tiempos de riqueza viví en la opulencia. Mis capataces, los que trabajaban para mí, contrataban artistas extranjeros para que me dejaran sus producciones. Escultores, arquitectos e ingenieros principalmente, construyeron obras de gran belleza, aunque quizás sin un estilo definido, demasiado ecléctico dicen algunos.
Debo decir que he sido muy generosa, sobre todo con mis visitantes. Dormía con las puertas abiertas, no hacía preguntas incómodas, era muy flexible. Varios miles de personas acudieron a mí, buscando desde cobijo hasta un plato de comida. Casi todos al verme, lograban paz y tranquilidad y quedaban extasiados con mi rústica belleza de antaño.
Nunca supe decir que no. Gustosa recibía a todos los que quisieran venir a mí. El rumor circuló velozmente y empezó a llegar gente de todos los rincones del mundo. La mayor parte de ellos, hoy son parte de mi familia, los adopté como hijos propios, como también a los hijos de sus hijos, y a los hijos de éstos también.
Como no discriminaba, entraron personas de todas las clases, lindos y feos, cultos e incultos, decentes y delincuentes. Pero lo que pocas veces he admitido, es que la amplia mayoría, era gente que no tenía un lugar en su lugar de origen, que vivía mal; eran los marginales.
Por aquellos tiempos, los de mi esplendor, los que venían a mi terruño eran de algún modo variados, pero se destacaban gente de tez clara. Hace largo rato que dejaron de venir. Desde que entré en la fase terminal de mi enfermedad, hasta mis hijos me abandonan.
Estoy en un lugar alejado, medio perdido en el mundo, lejos de la real civilización, pero siempre miré a Europa. Tal vez mi gran error fue saberme sudamericana( ¡qué feo que me suena!) pero pretenderme europea, y además habérmelo creído. Quizás mis hijos se reflejaron en esa postura mía y sin darme cuenta les transmití mis más íntimas frustraciones.
Mi nombre es poético. Sí que lo es. No está muy claro quién me lo puso, quién lo eligió para mí. Sólo conozco una versión: mis nominantes anhelaban, deseaban para mí un futuro de riqueza. Esperaban que resultara una fértil e inagotable madre de valiosos hijos, adornada con suntuosas joyas.
Quizás por eso desde el mismo instante en que me llamaron por mi nombre, todo el mundo creyó que era millonaria o que cómodamente podría serlo. Es cierto que durante un breve período fui rica. Pero me confundí las metas. Creí que por haber llegado al podio estaba todo hecho. No supe ni pude mantenerme. Es muy poco probable que en un futuro pueda recobrar mi fugaz grandeza. Hasta está lejano alcanzar el enorme potencial que se me auguraba. Además, mi salud está tan frágil que no sería osado afirmar que ya no tengo futuro.
Desde el momento en que Don Juan Díaz entró sin golpear a mis puertas, paradójicamente en un mismo acto fue el primero en violarme y al mismo tiempo me dio vida. En realidad cambió mi vida para siempre. Incontables años después de aquella vejación, hoy estoy grave, muy grave. Me han sacado las entrañas y no sé adónde voy. Tal vez los médicos no me dejan morir del todo para exprimirme un poco más. Lo que sé es que así no puedo seguir más...mis hijos...me duele por ellos. Por lo que me hicieron a mí, y lo que se hicieron entre ellos.
Hubo tiempos en que mis tierras se poblaron de fábricas activas, humeantes de producción. Que diferentes son los aires que hoy respiramos, de un humo de destrucción, de un veneno mortífero, es un humo ruinoso y apocalíptico de un país devastado, arruinado, vencido y sin futuro.
Los que creen en Dios dicen que los que me hicieron esto, los que me destrozaron la vida, los que me dejaron moribunda y abandonada, serán juzgados, que en la otra vida pagarán por sus salvajadas.
Lo que más me indigna, es que cuando se hace un intento de juzgarlos con la Justicia de los hombres, invariablemente quedan absueltos, apelando a una frase tan verdadera como desimplicada, lo que la convierte en un mazazo en la cabeza.
Ellos dicen: -¿Yo?...argentino.
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